Lucía Berlín

Antes de los 30 se había casado tres veces y mantenía sola a cuatro hijos. Vivió en Alaska, Idaho, Kentucky, Montana, Texas, Arizona, Chile, Nuevo México, Nueva York, México, California y Colorado. Trabajó como recepcionista, ayudante de enfermera, empleada doméstica y profesora. Tuvo maridos adictos a la heroína y ella lo fue al alcohol como su madre. Habitó barrios lujosos, chozas de paja, centros de desintoxicación y terminó su vida en un remolque apegada a un tubo de oxígeno que desconectaba de vez en cuando para poder fumar. Perdió el dinero y la salud, pero nunca la agudeza. Jamás sucumbió a la lástima ni la decadencia.

No perdió la fama porque nunca la tuvo y murió el 2004 sin nunca imaginar que 15 años más tarde sus 77 cuentos iban a ser vendidos en más de 30 países y 14 idiomas. Porque a pesar de perder muchas cosas en su vida, Lucía Berlín nunca perdió la escritura.

Su convulsa vida devino en extraordinarios relatos que son la proyección refleja de su biografía: espontáneos, intensos, dinámicos, erráticos, carentes de plan y estructura, pero profundamente honestos, cargados de mucho humor, ternura y una notable lucidez. Una obra escrita desde márgenes sociales y emocionales, hizo de lo cotidiano una estética y de la autoficción un género mayor, develando como con las luces y sombras de una embriaguez, toda la profunda humanidad de una mujer que a pesar (o a causa) de la tragedia, nunca renunció a la felicidad.

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