Rodrigo Lira: Proyecto de Obras Completas

“Con respecto a mis textos y manuscritos, no sé si se podrá hacer algo. Durante mucho tiempo les tuve mucho cariño y les atribuí importancia. Ahora las cosas han cambiado, pero de todas maneras sentiría que se destruyeran así no más” escribió Rodrigo Lira en una carta dejada a sus padres antes de quitarse la vida el 26 de diciembre de 1984, mismo día que cumplía recién los 32 años.

En vida y en escritura Lira los había vapuleado a ambos pero no importó. Su madre le entregó aquellos textos a Nicanor Parra y con el impulso de Enrique Lihn, 3 años más tarde se publicaron apenas 500 copias del único texto que bastó para ubicar a Lira a la vanguardia poética de su generación, aunque eso no comenzaría a ocurrír hasta unos 10 o 15 años más tarde. Es cierto que para entonces su nombre era reconocido en círculos literarios santiaguinos pero su talento tendía a confundirse y ceder terreno ante una compleja personalidad siempre a caballo entre la provocación y el desconcierto. Lira no era un poeta leído entonces porque nunca publicó salvo poemas sueltos en revistas e incluso obtuvo lugares en un par de premios. Lira era un personaje incómodo. Lira era sobre todo un poeta conocido por su extravagancia y sus peladas de cables de las que se terminaba hablando más que de sus obras escritas, como pedir la mano en paralelo de las hijas de José Donoso, Enrique Lihn, Jorge Edwards y Nicanor Parra.

Un amigo mío cercano a Lira, el pintor Coco Silva, entonces confirmaba los desmadres pero además lo inevitable y que a esta hora de los homenajes parece olvidarse. «Muchos de los hoy aparecen como estandartes de su figura debido a una supuesta amistad, eran en realidad muchos de los que lo dejaban botado cuando era echado de recitales y nadie quería hacerse cargo del muerto porque en realidad lidiar con él no era para nada romanticismo literario» . Fue por este amigo que llegué a Lira y porque además poseía uno de los originales de Proyecto de Obras Completas, ese que tenía un dibujo suyo en la portada y que de tanto fotocopiarlo con amigos se terminó por romper.

Aquello ocurrió a fines de los años 90. Cuando ya no era obviamente la reducción del poeta freak de hace una década pero tampoco ocupaba en la poesía el lugar de ahora. Nunca publicó en vida Lira. Le fue imposible entonces defenderse desde las letras. En cambio sí, estuvieron a la vista de todos sus excentricidades donde quizás la menos inquietante fue aparecer en «Cuánto vale el show» un mes antes de su muerte para poder agarrar unas monedas. Le urgía poder alcanzar la independencia económica. Habían muchas cosas que le urgían y que lamentablemente nunca pudo concretar en vida. Como ser un artista reconocido.

Las 500 copias publicadas en 1984 por Minga fueron más un homenaje que un proyecto editorial, se regalaban más que se vendían. Por supuesto no hubo ediciones posteriores y a la larga se fueron extraviando en el devenir de una década hasta que su nombre fue rescatado entre los escombros de todo lo que había muerto y ensombrecido con la Dictadura. Y aunque Lira no fue muerto por los militares sí aquella atmósfera de opresión fue muy determinante con respecto a sus propios demonios, a sus inseguridades y excesos.

Aquel 26 de diciembre Lira quizás entendió que durmiendo para siempre despertaría de sus pesadillas. Junto con ello y acaso sin quererlo lanzó a las estrellas al hombre para dejarnos al mito, pero faltaba todavía que asomara el poeta, aquel que finalmente se transformó en uno de los más originales que haya dado la lengua española. Tan impactante como su personalidad resultaron sus escritos. Y claro, el rollo de Lira era fundamentalmente el lenguaje. El mismo se definía como un hábil manipulador de éste. Curiosa paradoja: es una obra que parte y culmina (culmina realmente?) en el lenguaje pero que al mismo tiempo se hace imposible definirla a través de sus propios códigos y recursos estilísticos. Su escritura como un impulso riguroso y genial pero al mismo tiempo inabarcable y caótico como la esquizofrenia que padecía. La poesía como extensión del dolor y acaso al mismo tiempo como tratamiento. Tal vez por eso y sin embargo estaba todo ahí. Porque su obra fue también su autobiografía. Pero no había lirismo ni metáforas, todo era directo y evidenciaba la urgencia de alguien que anunciaba incluso su final. No había que indagar mucho en simbolismos para encontrar las pistas que conducían hacia sus obsesiones y frustraciones. Estaba todo ahí. Los electroshock que recibió de su siquiatra, los líos con la justicia por fumar marihuana, sus burlas hacia poetas nacionales íconos, su preocupación por el medio ambiente y por supuesto el recurrente fracaso amoroso que tanto le perseguía y le dolía.

30 años más tarde la editorial UDP hizo el gran gesto a la leyenda con esta reedición siempre con el prólogo original del propio Enrique Lihn y donde advierte «Si el objeto de la poesía no fuera el de consolarnos y hacernos soñar, sino el de desconsolarnos, manteniéndonos desvelados, Rodrigo Lira tendría el lugar que le reservamos en el Olimpo subterráneo de la poesía chilena, antes que en el escenario de la reconciliación». De esta forma por fin el poeta se impuso al mito que se había impuesto al hombre y el círculo pudo quedar finalmente cerrado.

Irónico, iracundo, culto, tierno, obsesivo, profundamente crítico y honesto, hizo de la poesía un gran diario de vida, luminoso y doloroso, abierto totalmente y por ahí desangró su existencia por 32 intensos años. El movimiento final, las venas rotas en un bañera, no fue más que un último y elocuente verso.

Rodrigo Lira
«Proyecto de Obras Completas»
Ediciones UDP; 2014.

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