Teresa Willims Montt, nacida en Viña del Mar en 1899, pasó durante toda su breve vida huyendo. Del conservadurismo de su familia, del designio que la nobleza de entonces le tenía preparada, de un marido celoso y violento, de un amante machista, del convento donde fue internada, del país y finalmente del amor. Nunca pudo huir de la tragedia. Nunca quiso huir de la escritura. Su vida contrastó como una fatal paradoja frente al magnetismo y carisma que la volvían protagonista en todas las situaciones y países que habitó, generando amistad y admiración con las figuras más importantes de la intelectualidad de la época.
La sociedad chilena de entonces no le perdonó el atrevimiento de querer ser simplemente una mujer libre y crítica en un país que sólo esperaba de ella que se sentara derecha, cerrara la boca y criara hijos. De niña no le dejaba leer su madre y ya de adulta tampoco su marido. Pero ella persistió en un destino que se fraguó a través de la tinta y la libertad que emanaba de su corazón, o como mejor lo escribió ella, “de tumba en tumba”. Eligió la escritura y un amante. Perdió su libertad y a sus hijas. Encerrada en un convento a los 22 años por adulterio, supo entonces que para verdaderamente escapar de todo debía emigrar, y aquella palabra sonaba como una fractura. Wilms Montt huyó del encierro y el país en 1916 ayudada por su amigo Vicente Huidobro hacia Argentina y posteriormente Europa. Entonces pudo consagrar su breve carrera literaria en 5 libros que se fundieron con su vida en un solo desgarro y talento. Y fue entonces que por un breve periodo de tiempo, por fin Wilms Montt fue feliz. Pero faltaba algo, aquello que nunca pudo recuperar.,sus hijas. Desdeñada por sus padres y su marido, sólo volvió a verlas durante algunos meses de 1921 en París. Entonces confirmó que había perdido a su familia, a Chile (país al que nunca volvió) y por segunda vez a ellas. Agobiada por lo irreparable, Teresa Wilms Montt finalmente fallece en París, por sobredosis de somníferos, un 24 de diciembre de 1921. Tenía sólo 27 años. Aquella noche, según Huidobro, “la memoria quedó llena de heridas”.