Más que remitirse a sus evidentes omisiones artísticas (después de todo un documental es eso, el recorte de una era y nunca su totalidad), Rompan Todo hierra y se explica por sus presencias y discursos, que para estos casos significan lo mismo y terminan siendo más significativos a la hora del análisis.
Todo lo que releva, todo lo que omite, todo lo que define, sigue un hilo conductor poco virtuoso aunque coherente en su estrategia. De ahí que por muy escandaloso que parezca, no es una completa sorpresa lo que ocurre en los 6 capítulos de este documental que nadie esperaba ni pidió pero que se ha metido en las conversaciones virtuales y reales, trayendo de vuelta el rock como tema de sobremesa pero sobre todo levantando y dejando caer de golpe la figura del Rey Midas de la música latinoamericana, Gustavo Santaolalla, productor ejecutivo de la serie.
Un nuevo mapamundi.
Rompan todo comienza con una definición geográfica y al mismo tiempo categórica: la incidencia de México y Argentina (en ese orden además) como canteras casi exclusivas del desarrollo del rock. Una declaración de principios consecuente respecto de una realidad propuesta y que es después de todo financiada por Netflix, empresa líder del entretenimiento mundial, símbolo de una nueva forma de propuesta y consumo cultural y que viene a tomar la posta en algún sentido de proyectos a la baja como MTV, treinta años después de su arribo a Latinoamérica a principios de los ´90, década, momento e industria donde hizo grito y plata Santaolalla. Entonces y cómo ahora, esos dos eran los países que concentraban la atención a la hora de los estudios de mercado, los mismos que este 2019 ocuparon según la empresa de streaming el segundo y tercer lugar en audiencia en la región con 19.3 y 5.9 millones de espectadores respectivamente. Entonces y cómo ahora, la MTV y Netflix funcionan no como impulsores necesariamente de la música si no de la industria.
En este sentido Rompan Todo más que una obra antológica de calidad se parece a una operación comercial similar a cuando Real Madrid compró a Chicharito Hernández y esperaban vender al menos 50 millones de camisetas por Centroamérica. Pero no seamos mal pensados, Reed Hastings, CEO de la multinacional, ha pensado con la mano en el corazón esta proyecto, que en el bolsillo de su camisa guarde su billetera es una simple coincidencia.
La gran sorpresa es Brasil, una ausencia cuya explicación podría venir a modo de una nueva y pequeña temporada completa dedicada a ese país. Siempre tomado prácticamente como un continente en sí mismo, fue ese el único lugar en latinoamericano que llegó a tener su propia señal de MTV. Actualmente no sólo tiene a la mayoría de la audiencia de Netflix en la región con 27.8 millones de espectadores, sino que además carga con el peso y la influencia de algunos exponentes fundacionales a través de lo que fue la Tropicalia hacia fines de los años sesenta, cuando el rock se mezcló con el samba y los ritmos tradicionales y músicos como Caetano Veloso, Gilberto Gil o Tom Zé eran vilipendiados por izquierdas y derechas. Es imposible que Santaolalla desconociera ese fenómeno que tensionó la manera de entender la cultura y la sociedad brasilera (la Tropicalia era un movimiento cultural y no sólo musical) y que terminó con algunos de sus representantes presos y exiliados. Cualquier material ahí, genuino y profundo.
Rock? Latino?
Tampoco extraña la conceptualización de rock utilizada. Si lo reducimos a una caricatura, sería un género donde al parecer basta con que alguien toque una guitarra eléctrica y haya conseguido éxito popular y/o de ventas. Si no salió Arjona o Luis Miguel es porque todo exceso (incluso hasta por desgaste) carga con sus propios límites. O bien porque ni el productor Santaolalla ni el ingeniero Kerpel les habían hecho discos, ya que entre ambos suman no sólo montón de minutos en el documental sino que además presencia en la facturación de la mayoría de las bandas y solistas referenciados.
Interminable e infructuoso sería ponernos de acuerdo en las ausencias artísticas, las redes sociales ya se están encargando profusamente de ello. Más importante resulta ver quiénes aparecen, ya que sirven para entender por dónde demonios están entendiendo el rock los productores.
Es fundamentalismo sorprenderme de la aparición de artistas como Juanes, Maná, Mon Laferte, Control Machete o Victor Jara? Tiene límites la conceptualización del rock que desde hace un tiempo abarca también en festivales a exponentes del hip hop, el pop o la electrónica en función de una supuesta actitud rockera que lo sustenta? Es una discusión interesante y legítima pero en la medida que se plantee. Por ejemplo Jorge González asegura que el rock es folklore. Sin embargo, los realizadores no interpelan ni proponen nada explícitamente y sólo acomodan un concepto a la medida de sus objetivos.
Lo anterior también propone otra definición que funciona por omisión y es cultural. Que la palabra latino acompañe al título entra aquí sólo en el terreno de la anécdota porque si hay algo que poco importó fue intentar encontrar señas identitarias y de autenticidad detrás de la música presentada desde Texas hacia abajo. Hubo algunas menciones: por ejemplo el tango en Sui Generis; la fusión latinoamericana de Los Jaivas, los corridos en la música de Café Tacuba y la relación de Maldita Vecindad con la tradición y el presente profundo de México. Sin embargo nada baja de la superficie y en el caso de éstos últimos, aquellos vínculos parecieron importar menos que la anécdota de que no podían tocar lo que componían. Cada vez que había que ponerse serios, Rompan Todo parece resolverlo tirando la pelota al corner con una anécdota.
Todo aquello fue postergado. En un proyecto como éste daba prácticamente lo mismo el género y de qué estaba compuesto. Lo relevante era, ya está dicho, quién pagaba y por supuesto quién y cómo iba a contarlo.
En el principio fue el verbo…no, fue Santaolalla.
Aunque dirigido por Picky Talarico, Rompan Todo es una obra de Gustavo Santaolalla. Erigido como juez y parte de una historia, convierte (subvierte) con éxito aunque no con fortuna un relato donde el narrador termina siendo más importante que el cuento. Yo hubiera aplaudido si esta miniserie se llamara por ejemplo “Mi vida en la música”, “La historia de la música popular según Santaolalla”, “Cómo hice para hacer grande a esta región de mierda” o cualquier descabellado título que partiera con él como protagonista porque se lo merecía y aunque el producto fuera malo nadie lo sentiría tanto como con esta discreta biopic a modo de falso documental. Pero claro, por muy talentoso y oscarizado, Santaolalla no vende como el mismo concepto de Rock Latino.
Dos cosas a estas alturas son ciertas. Primero que el malogrado productor anda desde hace semanas con sus orejas calientes y segundo, que al mismo le importa todo un soberano cuerno. A la vista están sus declaraciones. Que fue el Director y no él quien habría insistido con su excesiva presencia en pantalla. Nos encontramos así con una doble revelación, porque junto con su decisiva relevancia histórica nos enteramos además de su enorme generosidad.
No termino de comprender la jugada y cómo y por qué Santaolalla, uno de los músicos y productores más importantes de la historia de la música latina hipotecó algo de su imagen y credibilidad en esto. Ahora todos cuestionan a Santaolalla y con mucho cariño y respeto, se lo merece. Se pasó de revoluciones y extremos. Incluyó bandas suyas irrelevantes (Wet Pinic) y discordantes (Bajo Fondo) para el proyecto; rozó la envidia al criticar uno de los mejores versos de Charly García, acusando a Serú Giran de mainstream y se despachó frases del tipo “siempre tuve buen ojo para ver antes que nadie las bandas” o “el rock está en hibernación”. Antes de continuar su carrera, debería bajar (y que literal resulta aquí la palabra) a recoger los pedazos del tremendo choque que causó por ir conduciendo mirándose al espejo.
La falsa épica del rock
Pero con todo y Santaolalla, el pecado más grande de Rompan Todo es su aproximación a lo político. Una contextualización parcial y oportunista respecto de una decisiva presencia del rock ante las coyunturas sociales y políticas de su tiempo, con ejemplos verdaderamente gratuitos como la participación del rock frente a la destrucción del terremoto de México de 1985, aparentemente interpelando y presionando a las autoridades a dar respuesta frente a la reconstrucción y la miseria. La mención al Chile pre y post golpe hace referencia también al rock pero en la figura de Víctor Jara y dos coas aquí no encajan: ni Victor Jara era un rockero (tocar con los Blops con todo el arrojo honesto y estético fue un paréntesis en su carrera) ni el rock fue decisivo, como sí lo fue la Nueva Canción Chilena, movimiento al que sí pertenecía Jara. Cuando la parte de Argentina frente a la Dictadura de Videla postula que varios rockeros estaban en listas de exilio cuando la situación no era muy diferente a Chile y los músicos más involucrados y perseguidos eran los adscritos a géneros como el folclore y lo trovadoresco. En ambos países, mientras el rock buscaba un lugar como espacio de experimentación y reconocimiento popular, los movimientos de «canción protesta» prácticamente no venían de esa cantera y se jugaron el pellejo desde proyectos y bandas solistas que tomaban la herencia sonora y lírica de Violeta Parra y Atahualpa Yupanqui.
El rock (ni siquiera en el Brasil de la Tropicalia) nunca ha sido determinante en las luchas políticas de Latinoamérica y en cambio no pocas veces ha sido una experiencia, no digamos reaccionaria, pero sí burguesa aunque inofensiva. Si en algún punto ha acompañado algunos procesos, como por ejemplo “Los prisioneros “ durante el plebiscito contra la Dictadura de Pinochet, no ha resultado más relevante ni decisivas que la acción popular de la comunidad. Ha formado parte de ello junto a otros géneros y no al revés. Ha aportado al soundtrack pero tampoco es de su exclusividad. El rock, y no es un pecado si no su naturaleza, es por esencia un grito, un desborde, un gesto de hastío y libertad frente al conservadurismo, cuestiones que van desde la situación país hasta las presiones familiares o las contradicciones del paso de la adolescencia a la adultez. Y aquello no es menor ni menos relevante. Los logros del rock han sido principalmente culturales, pero como género o movimiento ha llenado sólo estadios y nunca alamedas.
Porque en la génesis y el desarrollo de muchos, el rock proviene más del desahogo que del compromiso. Lo dice incluso el mismo Alex Lora, uno de los regalones del documental, «el rock es el desmadre, y las ganas de olvidarnos y escapar de nuestra realidad es parte de la naturaleza humana».
Aquella lectura mesiánica del rock termina confluyendo hacia una suerte de relativismo, una posición política confusa y un relato autocomplaciente, que evita además las evidentes contradicciones de un movimiento con los abolengos de la industria, la burguesía, el poder, el machismo y hasta la homofobia. 4 puntos cardinales sensibles de una historia en cuyas sombras no parece adecuado o rentable entrar. Qué hay de los rockeros que en tiempos de dictadura en casi todo el continente guardaron un silencio muy parecido a la complicidad y no muy acorde con los ideales de libertad y rebeldía del género?
Las pretensiones y los intereses políticos serios que propone Rompan Todo se van al suelo cuando tiene apenas seis minutos el fragmento dedicado a la participación y reivindicación de las mujeres en esta historia. Ocurre hacia el final del último capítulo. Alguien se acordó a última hora y lo agregaron. 6 minutos de 600. Según la producción, cuatro horas duró la entrevista a Los Jaivas con Juanita Parra sentada en medio de Mario Mutis y Claudio Parra. Ninguna palabra sale de su boca.
Por ahí alguien dice que el futuro del rock es femenino pero aquella frase suena más a compromiso que a convicción. Y aun cuando la historia del rock pareciera en efecto no contener tantas mujeres como hombres, sí existe como tema y pregunta, porque mujeres en la música han habido siempre. Rayan en el oportunismo aquellos seis minutos para un tema que en la actualidad es más contingente incluso que el mismo rock.
Una obra sin dirección
Si se habla poco o nada de su Director, es porque en Rompan Todo no se nota aunque es igualmente relevante su análisis. Conciente o inconciente de su necesidad de fragmentación, Santaolalla contrató a un realizador de video clips, Picky Talarico, para dirigir un proyecto que por supuesto deja de ser una obra que busca la permanencia para ser algo efímero y rápido como el lenguaje del formato que producía. Todo esto tiene sentido. Santaolalla es un productor de discos, no de películas. No parece interesarle mayormente la reflexión audiovisual a pesar de su trabajo musicalizando cine y videojuegos.
Impulsado por un guión de reportaje televisivo, de corto alcance, Talarico usa la Wikipedia como fuente y la fugacidad como estética. Rompan Todo es la versión audiovisual de esas enciclopedias sobre el rock de 600 de páginas con tapa dura y repletas de información y anécdotas conocidas y fragmentadas que sobrepasan e ignoran todo contexto. Esas enciclopedias no tienen firma. De ahí que su figura se invisibiliza y no se reconoce mano ni lenguaje. El equipo de producción se jacta de haber realizado “96 entrevistas a megaestrellas de 9 países” para este trabajo, pero la verdad es que aquello pareció más una construcción marketera que una necesidad.
La abundancia de frases breves y complacientes convierte esta historia coral en un coro monocorde de caras y lugares repetitivos, repleta de halagos, clichés y frases innecesarias. En una obra de este tipo nadie espera que aparezca Mon Laferte para decir que el rock es liberador o que Fito Paez señale lo genial que es Álvaro Henríquez como compositor. Hace menos de dos años Nat Geo estrenó su documental sobre Charly García y Billy Bond cuenta aquí la misma anécdota de cuándo lo conoció y hasta con menos gracia. Es una narrativa estandarizada, que apuesta por lo efectista, grandilocuente pero modesta en sus reales alcances, ambiciosa en sus más que contenidos propósitos y convicciones que como toda historia requiere de épicas y mitos, de ahí que se tomen más tiempo para la muerte de Tanguito y Ceratti que para sus vidas y obras, en particular la del segundo como solista.
Al final queda todo como un trabajo por encargo que se soluciona recurriendo a los amigos. Piky Talarico le hizo videos a la mitad de los entrevistados; Santaolalla y Kerpel los discos. Los realizadores han dicho a la prensa que fue una “locura” “absurda” la gesta de producción pero no hay locura ni absurdo cuando invitas a tus amigos a una fiesta pagada y en horario diurno. Los peligros y riesgos quedan controlados y por lo que vimos, salvo Molotov tomando Tequila y Calamaro más duro que el rencor, no parece haber desbande en las grabaciones. No es Chris Holmes de W.A.S.P. en esa infame entrevista de 1987 para el documental sobre el metal “El declive de la civilización del oeste”, borracho y vestido en una piscina vaciando botellas de vodka sobre su cabeza (con su madre mirando la escena) y confesando sus deseos de irse a la mierda.
Y no es que por supuesto echara de menos ni deseara semejante decadencia, pero a ratos pareciera que muchos de los que aquí se dedicaron al rock lo hicieron en serio hace 40 años. Ahora en cambio lo hacen en serie. Aquí todo está ahora donde debiera. El piano de Fito, las guitarras de Rubén Albarrán y los cojines de Alex Lora. Todo demasiado ya inmaculado. Casi versión de museo, estática y a la que por poco no se le siente el pulso. Mucha maqueta. Porque finalmente nada incomoda ni inquieta en esta historia de rock. Ya nadie tiene el tiempo ni las ganas de desarmar ni interpelar el mundo en el que han podido vivir y bien. Se vive más de recuerdos que de futuros, como si el rock muriera con ellos. Nada de lo anterior por cierto es responsabilidad de los entrevistados si no de Talarico, más preocupado de sacar una pega que de contar una historia.
Rompan Todo es un encuentro de colegio para recordar y contar como siempre las mismas viejas historias. Poco y nada para proyectar. No hay espacio para la falsa modestia. Tanto Javier Bátiz y Alex Lora mencionan que sin ellos el rock mexicano no sería lo que fue. Es un cuento de superhéroes pero curiosamente sin antagonistas y es raro porque toda historia del género lo tiene ya que sin villanos es imposible que exista el héroe ni la historia. La política aparece como un blanco fácil, espacio de corruptos y dictadores. El alegato resulta bastante juvenil. Y por supuesto nadie esperaría que los productores se metieran con antagonistas históricos del rock como el mercado, la industria, y la burocracia, que han terminado por seducir y uniformar muchos espacios de aquella rebelión. Estarían mordiendo la mano.
Coda
Vuelvo al inicio y a la idea de que un documental es un fragmento y no el conjunto. Sin embargo claramente no recortaron siguiendo la línea punteada. He visto documentales malos, fomes, desinformados o deficientes en su factura técnica. Lo que no había visto nunca es uno que terminara por imponerse a la propia historia que cuenta. Porque todo lo que propone ocurrió aunque no necesariamente de la manera en qué se cuenta. Como la adaptación libre de una novela mal leída. Y es hasta cierto punto una forma de revisionismo, porque de tanto invitar empalagosamente a romperlo todo, Santaolalla y compañía terminaron por romper con un género, su memoria y los verdaderos y nobles propósitos de una era.