Más allá de sus proezas técnicas, El Ciudadano Kane centra un interés particular en dos personajes: uno dentro y otro fuera de la pantalla. Esos nombres son el magnate de la prensa Williams Randolph Hearst y por supuesto el director Orson Welles. Sin embargo la historia tiene un punto de inflexión ineludible entre los dos en la figura de otro nombre, el del guionista Herman J. Mankiewicz. Su importancia es tal que el director de cine más vanidoso de la historia fue capaz de compartir crédito y prestigio con un hombre que se iba cuesta abajo en Hollywood y que oficiaba sus días como bufón, escritor y alcohólico en partes y talentos iguales. Si no lo hacía se quedaba sin película. Una presión que ni el mismo Hearst pudo meterle a Welles con todo el dinero del mundo. Lo mismo que quiso hacer Welles con Mank dicho sea de paso. Lo insobornable entonces también lo compartieron.
Welles decidió hacerle un lado en el podio, y lo hizo a pesar de que la productora RKO Pictures le había dado un cheque en blanco con la película y cheque en blanco entonces significaba más que la oferta económica (que lo era) tener el control absoluto de una obra pensada para consagrar mundialmente o al menos cinematográficamente o al menos estadounidensemente (que para el caso era lo mismo) la figura del precoz y superdotado artista que por entonces no cumplía los 25 años. Algo inaudito para la industria del cine de 1941. Consciente de su descollante capacidad, el estudio quería levantar la figura de Wells (que ya venía de asustar a medio Nueva York con su transmisión radial de La Guerra de los Mundos) como un renacentista del cine «moderno», a la manera de Chaplin, genios capaces de escribir, producir, dirigir y actuar.
Es entonces que supo de la creatividad y lo que era mejor, la cercanía de Mankiewicz con Hearst. Welles le ofreció mucha plata y nada de crédito por un guión. Como el guionista pasaba la mayor parte del tiempo ebrio y apostando seguramente aceptó sin importarle pero pensando en la cantidad de botellas que podría adquirir y las deudas que podría cancelar. Y así comienza entonces una historia que es también la historia de Mank, el más original de todos los spin off realizados a la fecha porque sale de la pantalla como los personajes en una obra de Pirandello.
Una película inspirada en acontecimientos ocurridos hace más de 80 años atrás y escrita hace casi 30 por Jack Fincher, padre del Director David Fincher, quien también tenía manga ancha de Netflix para hacer lo que quisiera. Cuando Fincher hijo comprendió esto no lo pensó dos veces y le sacó el polvo a un proyecto truncado en su momento por las posibilidades económicas y posteriormente por la muerte de Jack. Mank fue su manera de homenajearlo y también por supuesto de ajustar cuentas con la historia tras los intentos de Raising Kane (1971) y The Battle of Citizen Kane (1996).
Todo lo anterior ya está documentado, no es spoiler y es hasta mejor saberlo porque en Mank el énfasis histórico ayuda aunque importa menos que el humano. El contexto ayuda pero no resuelve. De hecho la historia de Mankiewicz, descartando su participación en Kane, puede resultar bastante menor cinematográficamente hablando. Menor por ejemplo que la de su propio hermano menor, Joseph, a quien él mismo inició en Hollywood y que fue una estrella en ese firmamento de las colinas de California hasta su muerte en 1993.
Y aquí es donde el cuento toma un giro interesante en manos de los Fincher. El ritmo frenético con el que inicia la obra habla de una era y una industria. Por eso marca también el contra reloj para escribir una obra y por supuesto, la voracidad con la que enfrenta la vida su protagonista. Pero Mank no es una película ni sobre El Ciudadano Kane ni sobre Hollywood, y aún cuando es difícil no rodar sin paralelismos (después de todo ya desde su estética le rinde honores en un riguroso blanco y negro) como toda referencia que se precie, supo también tomar sus distancias e iniciar caminos propios. Kane es sobre el poder, Mank es sobre la moral. En la primera la política es el motor de la síntesis, en la segunda es acaso un pretexto para ahondar en las debilidades y posibilidades del ser.
Si Mank es una interesante película no lo es por sus 10 nominaciones a los premios Oscar. Hollywood es sumamente vulnerable a las películas que hablan sobre Hollywood. Lo sabrá Tarantino que con su peor película obtuvo más nominaciones que con cualquier otra. En este caso, de todo el paquete la única que debería importar es la de Gary Oldman, junto a Daniel Day Lewis, los dos mejores actores del mundo. La Academia es aquí y nuevamente una anécdota. Curioso en todo caso que, siguiendo con los paralelismos, de las 9 nominaciones que tuvo a los premios de 1942, Kane se haya quedado sólo con el de mejor guión. Ni la actuación Welles ni su película ni su dirección lo obtuvieron. Por su parte, Mank obtiene 10 nominaciones menos la de mejor guión. Pero como ya dije, Hollywood es vulnerable y como toda debilidad lo lleva a perder el control sobre la sensatez.
Por todo, nos queda Mank. Ciertamente no una imprescindible película ni tampoco la mejor de Fincher, pero ofrece algo mejor y que no siempre acompaña a realizaciones de su envergadura y crítica; ofrece un personaje y junto con ello un ejemplo de dignidad, humana como debe ser, impura, raída, sin moraleja, enfrentada a sí misma como un boxeador que peleara contra un espejo y fuera capaz de romperlo sin quebrar su reflejo, pero dignidad después de todo. Y es entonces cuando Mankiewicz, aquel hombre agudo, ingenioso, cínico, adicto y excesivo a quién la historia pareció ubicar en los asientos traseros del cine, encuentra no sólo su propia redención si no que además y paradójicamente, 68 años después de su muerte, una curiosa y emotiva forma de justicia.