Existe una teoría psiquiátrica que afirma que necesitamos constantemente un pequeño porcentaje de alcohol en nuestro organismo para tener una mejor calidad de vida. En Druk (Thomas Vinterberg, 2020) un grupo de profesores daneses se atreve a hacer el experimento y el resultado es bien interesante. El alcohol, como toda droga, depende de la dosis y frecuencia de ingesta para transformarse en un problema mayor. Y a pesar de que causa miles de muertes y se asocia a la violencia extrema, no vamos a analizar eso porque, al igual que en la película, hay otras aristas que observar. En esencia hablamos aquí de cómo ser felices y los mecanismos que tenemos para poder levantarnos cada día y enfrentar el mundo. También de la soledad y la depresión, que en las sociedades modernas se presenta como un problema de salud pública y en la actualidad como un fenómeno acentuado por la pandemia del covid.
Lo bueno es que en esta película no hay una visión de autodestrucción neurótica, como veíamos en la norteamericana “Leaving Las Vegas” (1995), sino que se observa el problema con más calma y matices. Es cierto, los daneses tienen uno de los índices más altos de suicidios y alcoholismo en Europa, pero aquí no hay un juicio moral sobre el consumo, sino que se intenta sondear a través de las complejidades del ser humano, por lo que es necesario despojarse de prejuicios y ampliar la mente. Es entonces que esta película llama la atención, porque podemos adentrarnos sin problemas en los personajes que componen este singular grupo de cuarentones en su crisis de adultez, con trabajos estables y familias formadas, pero profundamente insatisfechos de su existencia. El alcohol se transforma en protagonista de la historia y se muestra fantásticamente neutro: nos puede conducir a estados de felicidad, pero unos centímetros más allá está el abismo. Ojo.
Por lo que se ve en Druk, Thomas Vinterberg parece venir de vuelta en cuanto al análisis de la depresión y por eso nos muestra un lado más resiliente de los seres humanos frente a las oscuridades de la existencia. Lo que alguna vez fue un destino con forma de pozo sin salida, como el mismo director nos mostraba en La Celebración (1998), en este caso parece que podemos tocar fondo y volver a respirar. En ese sentido, esta película es un verdadero bálsamo para tiempos como el presente, donde vemos cómo se caen rápidamente todas nuestras certezas alrededor. Aquí hay cine de calidad.