La Mirada Incendiada

La Memoria Incendiada (LMI)  representa un particular caso de cine, aquel que prefiere las palabras antes que las imágenes. Lo hace a pesar de que su protagonista es un fotógrafo. Lo hace también no como voluntad visual, sino como deficiencia narrativa. Está claro su discurso, el problema es su momento. Es una obra que parece llegar tarde bien tarde a cartelera, más allá de la aparente actualidad de su violencia y de la noble intención de volver sobre una figura histórica a la que se le ha negado la verdad y la justicia.

Pero funciona acaso LMI como una película reivindicativa? No queda tan claro tampoco. El relato extravía su forma, a ratos ingenua, a ratos panfletaria, apostando por un guión disperso y una cinematografía de cartón piedra televisivo. En sus mejores momentos parece un mal capítulo de los ´80.  Es muy complicado tirarse con escenas y escenografías tan rudimentarias a estas alturas del partido cuando ya Andrés Wood presentó de tal manera la efervescencia callejera hace 17 años con Machuca. Todo lo que pudiera ganar en emotividad LMI lo pierde en rigurosidad.

Una de las principales aristas es cómo se relaciona la obra con la narrativa política y social en la que se inspira. Y aquello decantó en una lamentable polémica, lamentable sin embargo interesante: la del artista que reinterpreta lo histórico frente a la memoria del que lo reclama. Pero a quién pertenece una historia? Al que la padece? Al que la cuenta? A todos los tangecialmente involucrados? Es pertinente acaso siquiera hacer esa pregunta ?

Si algo aprendimos de la vida es que la historia, durante buena parte de la humanidad fue escrita por los vencedores. Si algo aprendimos del arte, fue la posibilidad de subvertir aquello. Porque reconstruir la historia es materia cotidiana. Todos lo hacemos. Es esa posibilidad la que redime a la Tatiana Gaviola más allá de haber tenido o no la deferencia de hacer más activa en el proyecto a la familia de Rodrigo Rojas. Desde la vereda del cine al menos aquello está zanjado en tanto ficción. Es inocencia pensar que el cine funciona como espejo. Todo cuanto ocurre dentro de una película (como ejercicio de creatividad) enmarca una nueva realidad desde la magia, que es la eficacia de sus imágenes.

Por lo demás está la frase inspirada en que funciona casi como un salvoconducto. Una película así no puede ser juzgada como documento histórico infalible. Es demasiado rigor además para el cine. Si embargo debe hacerse cargo de las resignificaciones que proyecta en el caso de historias tan sensibles y simbólicas como esta. Las películas no cambian el mundo pero sí nuestro mundo. Y tal vez sea aquella una de las falencias más grandes de la LMI, la de no cambiar nada quizás porque apuesta por un relato que llega 30 años tarde, cuando ya no hay riesgos que legitimen esta aventura de protesta. No es Imagen Latente el año ´87 con Pinochet todavía sentado en la Moneda y en la impunidad. En ese caso, a LMI se le podrían perdonar incluso sus imperdonables falencias técnicas y de montaje. 

Y no es que la historia de una violación a los DD.HH no funcione o no sea pertinente, la pregunta de fondo sería cuál es finalmente la historia que se quiere contar? La de Rodrigo? La de un país? la de un delito de lesa humanidad? Nunca queda claro el camino que toma un guión que no decanta, que sólo enuncia, sin sutileza ni profundidad, todo desde lo evidente y lo predecible.

Está bien que la ficción se permita licencias biográficas pero está mal cuando aquellas licencias no fluyen y por el contrario influyen para no contar una buena historia. Eso es después de todo el cine más allá de las consignas, un cúmulo de historias. Todo cuanto se ficcione en una obra inspirada debiera servir para agregarle contundencia, para hacerla más elocuente, no para desencajarla y desvirtuar sus contextos.

Por ello es una película que deja más dudas de las que debiera y no precisamente por su capacidad de cuestionar, si no por su tendencia a la ligereza. Es posible contar la historia de Rodrigo sin la de Carmen Gloria? Desde luego que sí, después de todo se conocieron apenas un par de días antes sin mayor profundidad. Pero entonces, ¿por qué es ella la que relata los acontecimientos?  Eran necesarias las historias de amor que no van hacia ningún lado ? Eran necesarios guiños a la realidad complejos (el último llamado a su madre) para construir un escena insulza en medio del dolor eterno? Quizás no era necesario el vínculo con la AFI, pero menos las dos sobrinas cuyo único motivo de presencia pareciera ser enarbolar las características positivas de un protagonista carente de matices, sin contradicciones y a ratos prácticamente llevado a un incómodo lugar de heroicismo. En este sentido, LMI no tiene malos actores, pero sí malos personajes.

Es de muy mal gusto ser general después de la batalla, pero se arriesga lo mismo. Hubiera preferido ver «Carmen & Rodrigo» una revisión centrada sobre aquel fatídico día, tanto de ambos como de al menos dos de los milicos salvajes. Un día que para profundizar recurre a flashbacks para recoger pistas sobre la vida de cada uno de ellos y el cómo y por qué llegan a encontrarse como en una fatalidad. La cotidianidad de cuatro calles diferentes que se encuentran en una esquina por el destino y la barbarie. Un guión de ese tipo ni siquiera hubiera requerido grabar la escena del ataque que seguramente muchos esperaban desde el morbo y que la dirección dio en el gusto desde el efectismo. 

Cada uno elige la historia que quiere contar y la película que quiere hacer. En este sentido, LMI es una historia legítima, por supuesto, pero no precisamente una película necesaria. O al revés. También funciona, pero para peor.

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