No tiene apoyo ciudadano (9 %). Fue derrotado en la Cámara (119 – 17) y ahora en el TC (7 – 3) más encima jugando de local. Si no sabía de palizas, ahora debería. Sus parlamentarios le dieron la espalda y tiene un Gabinete dividido. Acostumbrado a no perder y a la porfía del orgullo se llevó a sí mismo hacia el acantilado, remando de espaldas pensando que avanzaba. Fue advertido por opositores y oficialistas, prefirió como toda su vida, especular, ganar tiempo, esperar una baja de mercado para comprar. Nunca ocurrió. Un proyecto presentado por 24 horas fue más bien un ejercicio de desesperación que de política pública.
Es la primera vez en la vida que el poder del dinero no le sirve para nada. Al parecer no queda nadie a quien se le pueda cobrar un favor de esa envergadura. Y aquello no lo entiende. Así se hizo un nombre en el poder económico, así generó adhesión en el poder político con una derecha que lo mismo calculaba como desconfiaba de él y finalmente así consiguió un electorado a medio camino entre la ignorancia y el aspiracionismo.
La desconexión era evidente, terminó siendo grosera. Confundió el país que habita, el del 22%, con el país que debía gobernar. Tuvo ministros que le faltaron el respeto a la ciudadanía y fuerzas armadas que violaron sus derechos humanos. Hasta hace poco seguía sacando su votación del 2017 para intentar legitimarse y hacerle frente a las desastrosas cifras en las encuestas. Quizás es el único que cree que el 54% que votó por él era realmente Chile y no una dispersión electoral sin convicción ni compromiso que apenas llegó al 13% del padrón. A la manera de un caudillo, los deberá sentir como traidores, malagradecidos. Él que ha dado todos estos años por la vocación pública en vez de dedicarse a dar otra vuelta por el mundo arriba de un yate.
Pero fue desde siempre la ambición. Como sorpresiva fue la elección de 2010. Y pudo haber quedado ahí, una anécdota en la historia política de un país que gusta llamar bananeros a otros pero que en lo pintoresco y peculiar no nos quedamos. Pudo haber sido una buena historia para contar hasta el fin de sus días y claro que lo haría. Una nueva versión del papelito. Fui Presidente de un país. Y no habría nadie capaz de quitarle ese derecho. Pero no. Volvió y ganó para perder (aunque sus cuentas bancarias en pandemia digan todo lo contrario). Este escenario, esta derrota, no la vio venir. Tuvo su propio TuSunami. Increíble para un hombre acostumbrado a calcular y a ganar.
El destino, el mismo que le permitió nuevamente ser elegido presidente, quiso que como un karma tuviera que enfrentar los dos procesos más significativos y también dramáticos de nuestra reciente historia, un estallido social y una pandemia. No fueron su responsabilidad las causas pero sí las consecuencias. La falta de preparación era evidente. Llegó al examen sin saber y no había en esta oportunidad cómo hacer trampa. Pudo ser su gran posibilidad histórica de redención pero eligió el bando equivocado, además de la indolencia, la represión y la autocomplacencia. Tal vez era imposible que fuera de otra manera. Le habló a Dios, al virus y a su sector, pero ya nadie parecía escucharlo.
Como ocurre con líderazgos basados en la ambición y la megalomanía, tarde o temprano terminan cayendo en la desgracia. Empiezan a quedarse solos. La política, aprenderá, es así. Acá no ha habido una República que cae, por tanto tampoco hay héroes que sucumban con ella. Sólo un puñado lamentable de políticos inexpertos administrando un país que no conocen.
Y entonces pasó de ser una anécdota, de ser un audaz y hábil empresario que logró colarse en la historia presidencial a convertirse en el peor presidente de la historia (Lo de Pinochet no cuenta, eso fue una Dictadura). Nunca tuvo pasta de político ni menos de estadista, pero se confío (y así se autolegitimó) del sentido común de un país que es también capaz de levantar como candidata a una mujer que trata a sus electores como infantes y que caricaturiza la política como estrategia. Y aquella mujer, mesiánica, delirante, solitaria pero aguda es además la que le ha metido no uno ni dos si no tres goles, para más remate todos anunciados, como viniendo desde media cancha, lenta, sin esforzarse en burlar rivales, pues estos se fueron cayendo solos porque además chocaban entre ellos.
Despreció la política y esa misma política del desprecio y la traición es la que ha recibido de vuelta y aquello no debería representar más escándalo que satisfacción y justicia, porque las cuentas del alma y de la vida es bueno empezar a pagarlas en la tierra. Más cuando, como sabemos, la deuda es tan larga como amarga.
Hoy ha muerto definitivamente un Gobierno, que descansen en paz, si es que pueden.
Fotografía : chile.as.com