Dos cosas desde siempre distinguieron al sello Fannia Records, el talento descollante y fundacional de su plantilla y el olfato y la ambición económica de sus fundadores, el productor Jerry Masucci y el músico Johnny Pacheco. No fue para menos, prácticamente definieron un género. Aportaron desde 1964 con los mejores artistas, con los más influyentes discos y en 1968, con la mejor de todas las ideas: armar una orquesta con su mayores figuras y realizar conciertos.
La Fannia no sólo fue el sello más importante de la música caribeña desde la segunda mitad de los sesenta, fue también el nombre de uno de los combos más impresionantes que tenga registrado la música. Compuesta por los más populares e influyentes músicos de la historia de la salsa (y en el mejor momento del género y de sus carreras), la Fannia era lo más parecido a tener en competencia un equipo integrado por Pelé, Maradona, Di Estéfano, Messi, Puskas,Cruyff, Beckenbauer, Ronaldo, etc. si es el que el tiempo y la fantasía futbolera los hubiese podido hacer coincidir.
Aquello ocurrió en la Salsa. Prácticamente cada uno de sus integrantes tenía por separado su propia orquesta o brillante carrera. Entonces llegamos así a la siguiente situación, cuando uno de los cantantes iba al micrófono, los otros hacían los coros, y esos otros podían ser y fueron, tranquilamente, leyendas como Ismael Miranda, Santos Colon, Pete Rodríguez, Cheo Feliciano, Hector Lavore y Ruben Blades, entre otros fundamentales que por ahí pasaron. Todo era una delicia.
La energía y el talento derrochados con total falta de mezquindad hacía que prácticamente todos los conciertos de la Fannia fueran inolvidables, y ahí están las presentaciones (grabadas afortunadamente) en el Red Garter Club, el Cheeta o el Yankee Stadium de Nueva York y también en el Coliseo Roberto Clemente de San Juan de Puerto Rico. En todas aparecía la carismática figura de Pacheco dirigiendo a la patota con su exuberante estilo, como escribiendo pentagramas en el aire y como si fuese acaso necesario y posible más espectáculo. En todas estaban Harlow, Palmieri o Papo Luca mostrando cómo se redefinía la música caribeña desde el piano y también los arreglos modernísimos del maestro Valentín, ubicando un estilo a la vanguardia de la música contemporánea; en todas Ray Barreto le daba a los cueros como si el mundo se fuera a acabar en ese momento y de hecho eso pareció que ocurría cuando una turba extasiada arrasó con los asientos, las rejas y la seguridad e invadió el escenario durante el famosos concierto en el Yankee Stadium el 73 mientras realizaba un mano a mano con Mongo Santamaría.
En todas también el lugar se venía abajo cuando Cheo Feliciano cantaba «El Ratón» o cuando Héctor Lavoe hacía «Mi gente». Y no podemos olvidar cuando le tocaba a Roberto Roena salir a hacer sus pasitos de salsa callejera y casi no había cámara que siguiera su velocidad. Sin embargo fue en 1974 la vez donde América devuelve y presenta a todo un continente esta música surgida hace unos años tomando las claves del jazz, el caribe y por supuesto África.
Todo partió por un combate de box entre Muhammad Ali y George Foreman, fijado para septiembre de 1974, en Zaire, lo que hoy conocemos como la República Democrática del Congo. El «Combate en la Selva» como se le llamó originalmente se transformó en un hecho cultural. Tanto así que hoy se le conoce nada más y nada menos como «El Combate del Siglo» y el documental » When we were kings» ganó un Oscar por contarnos la historia en 1996.
Discos, películas y libros han surgido desde entonces y no sólo por el evento deportivo. Alguien tuvo a bien en ese momento rodear el choque de titanes con un festival de música. El nombre no fue de lo más original (Zaire ’74) pero sí su line up, contando un total de 31 artistas entre africanos y americanos y entre los que se encontraban (agárrate Juana Rosa) James Brown, Etta James, B.B King, Bill Withers y por supuesto la Fannia All Stars, una de cuyas mayores figuras para entonces era la cantante Celia Cruz.
Se mezclaron objetivos raciales, políticos y comerciales. Los negros seguían reivindicando su lugar tanto arriba como abajo del escenario y el cuadrilátero. En ambos lugares, la mayoría de los protagonistas iban a ser negros. El Black Power mantenía su lucha y esta sería algo así como una gran concentración a escala mundial y sin la presencia de la policía. Aquella fue la idea del productor tras el festival, Stewart Levine, que era blanco, junto al músico nigeriano Hugh Masekela.
Por otro lado estaba Mobutu Sese Seko, el Dictador del país que quería limpiar imagen y para ello se puso con la plata para contratar a los dos boxeadores del momento y que en ese entonces agarraron 5 millones de dólares cada uno. La pelea en efecto era un acontecimiento tan relevante que la prensa mundial estaría ahí incluidos escritores como Hunter S. Thompsons y Norman Mailer.
Por supuesto y ligado a esto estuvo lo comercial porque todo partió en la cabeza de aquella máquina de hacer dinero sin escrúpulos llamada Don King (partiendo porque negoció con un Dictador). Cómo llega la Fannia ahí? La respuesta es una sola, Jerry Massucci, quien como sabemos también dónde ponía el ojo ponía la billetera.
La pelea fue un hito deportivo y cultural del siglo XX, pero del éxito del festival surgen las dudas. Hay quienes dicen que no vendió los boletos que debía y además no tuvo tanta atención debido a un hecho inesperado, la lesión de Foreman días antes apenas de la pelea, teniendo que ser postergada cinco semanas y con ello la televisión y la prensa. Pero ya los artistas en pleno estaban en África y era imposible postergar aquello.
Con todo, como siempre, queda la música y en particular lo que nos interesa que es la performance y la suerte de nuestro querido combo totalmente inspirado. La relevancia en particular de este show, que no parece a simple vista superar a todas aquellas presentaciones de los años ´70, tiene que ver con el cuándo y el dónde. La cámara y la mirada de Leon Gast aportan el resto. Hay planos que pueden resumirlo todo: los rostros y cuerpos de algunos en el público moviéndose casi en trance y Héctor Lavoe paseado en andas por los mismos asistentes. También hay cosas alrededor. Un jammin en pleno vuelo a África montando una fiesta a 12 mil pies de altura cortesía de un camarógrafo inubicable pero rescatado en el documental de Jeffrey Levi-Hinte sobre el Festival llamado «Soul Power “. Y hay también cosas que no se filman, como los jaleos en el hotel los 11 días que tuvieron que permanecer ahí mientras se calmaba una revuelta política en el país. 18 mil dólares por concepto de frigobar arrasados en un rotativo de habitaciones según contó Bobby Valentín.
La Orquesta ocupó el segundo lustro de aquella década ingresando a grabar por primera vez a un estudio pero el impacto, a pesar de la calidad, no fue el mismo. Después de todo, había nacido como un proyecto en vivo y parecía ahí concentrar todo su embrujo. Por lo demás, Massuci y Pacheco vieron la necesidad de vincular su música a ritmos más de moda y por ahí la cosa se fue desdibujando en guiños hacia el funk o el rock nunca bien definidos. Ya no se sabía si era salsa o una corriente de latin jazz de vanguardia. Al parecer, los fanáticos preferían seguir queriendo lo primero, la música para bailar y no tanto para admirar su complejidad, porque con todo, la Fannia no era un proyecto de música progresiva. Los modernos arreglos de Valentín sabían muy donde llegar y parar.
Al mismo tiempo, junto con la consolidación del género muchos de sus músicos pusieron más atención a sus propias carreras. Posteriormente, durante los ochenta y noventa la Fannia All Stars regresaría en conciertos que podían volver a ser memorables pero nada como aquel fuego setentero en que todo se descubría. Lo reitero: una de las cosas más fundamentales al irrumpir fue el talento de sus músicos (en el mejor momento del género y de sus carreras) y el olfato comercial de sus productores para construir un estilo y un relato en torno a este. Así se llegó a Zaire el año 74 claro, ocasiones y momentos como ese ocurren sólo una vez en un siglo, solo una vez en la vida.