Pocos territorios han sido tan inspiradores para la creación artística como el Nordeste Brasilero. En el cine, por ejemplo, ha servido de base para películas notables, desde el Cinema Novo en adelante, incluyendo la reciente Bacurau; además, su arte gráfico es único y totalmente vigente. Pero, por si fuera poco, el nordeste, cargado de una rica tradición musical, dio origen, a inicios de los años setenta, a lo que hoy conocemos como psicodelia nordestina. Este movimiento puso en escena las búsquedas características del jipismo unidas a una fuerte afirmación de las raíces culturales nordestinas, marcadas por una historia de profunda desigualdad social, que ha impulsado al pueblo a buscar esperanza a través de la religiosidad, las armas o el éxodo. Es así como junto a canciones sobre experiencias con hongos psicoactivos, la psicodelia nordestina hizo irrumpir, más allá de su territorio original, la figura de los míticos cangaceiros, el imaginario en torno a las terribles sequías o las travesías a caballo por enormes extensiones, en busca de alguna tierra prometida.
El año 1974, Ze Ramalho y Lula Cortés, dos jóvenes músicos nordestinos ligados al circuito de la psicodelia nordestina, se unieron para crear un disco conceptual, a partir de la fascinación por el pasado ancestral de Paraíba, una de sus remotas provincias. El disco, grabado entre octubre y diciembre, exploraba sonoridades, uniendo fórmulas tradicionales, con otras exóticas y algunas netamente experimentales, girando siempre en torno a los misterios de Paraíba, presentes de manera fragmentaria en la cultura local, pero sobre todo inscritos en el propio paisaje de la región. De hecho, una de esas huellas físicas de origen cultural misterioso fue el imán que los movilizó. En concreto, hablamos de la famosa Piedra de Ingá, una gran roca ubicada en las cercanías del río del mismo nombre, de 24 metros de longitud y 3 metros de alto, tallada con más de 400 petroglifos representando distintos símbolos y figuras.
Se cuenta que Ze Ramalho y Lula Cortés visitaron la Pedra do Ingá (monumento arqueológico), entonces de difícil acceso, gracias a un amigo en común, cuyo padre era arqueólogo, y tras esa experiencia decidieron indagar en las leyendas de la zona, para plasmarlas en un disco. Los misterios asociados a esta “Pedra Encantada” (Pedra do Ingá), así como “el camino de la montaña del sol”, que alude a una ruta mítica que conectaba a los antiguos Carirí con el océano Pacífico, fueron temas protagónicos en este disco dividido en secciones dedicadas a los distintos elementos naturales: agua, fuego, aire y tierra.
Consiguieron grabar en una propiedad rural, alejada de la ciudad y también de los censores de la dictadura, que estaban facultados para revisar cualquier creación antes de que llegara al público. De esta forma, en un retiro donde combinaron el trabajo creativo con el uso de hongos psicoactivos, compusieron y grabaron un material vibrante, narrando las historias contadas en la “piedra encantada”, de acuerdo a sus propias interpretaciones, a tono con algunas hipótesis circulantes en la época, que veían en las imágenes grabadas un relato de migración ocurrida cientos o miles de años atrás. A su vez, incluyeron reseñas a Sumé, “un cacique de piel colorida”, antiguo líder divino recordado en leyendas locales, pese a que el pueblo conocido como Carirí hubiera desaparecido del territorio por expulsión y asesinatos masivos, de parte de portugueses y criollos, siglos atrás.
El disco goza de una energía colectiva, pues junto al talento de Ze y Lula, contó con una banda de apoyo informal conformada por un grupo de talentosos exponentes de la escena nordestina, entre los que destacan Alceu Valenca y Geraldo Azevedo, que también iniciaban sus exitosas carreras. De este modo, los antepasados más remotos del pueblo Carirí (que en lengua tupi se traduce como silencioso), fue homenajeado por ruidosos jóvenes nordestinos que irrumpían en el panorama musical de Brasil con sus ritmos acelerados tomados de la tradición campesina, combinando bajos, guitarras eléctricas y baterías, con percusiones, flautas traversas y vocalizaciones de gran histrionismo.
Rozemblit, una productora con sede en Recife, hoy extinta, produjo el disco, el cual fue concluido tras apenas dos meses de trabajo. El diseño gráfico fue realizado por Katia Mesel, entonces esposa de Lula Cortés, artista gráfica y posteriormente cineasta. Todo parecía ir bien, pero inesperadamente ocurrió una tragedia. El río Capiberibe se desbordó y asoló la ciudad de un momento a otro. La mayor parte del tiraje del disco fue llevada por las aguas, pues permanecía en una bodega cerca de la ribera. Y así fue como Paêbirú, el disco iniciático que convocaba antiguos mitos nordestinos, se transformó en un mito en sí mismo. A consecuencia de la tragedia se transformó en una joya oculta, pero nunca olvidada, dada la creciente fama y prestigio que fueron logrando, en paralelo, Ze Ramalho y Lula Cortés, con el paso del tiempo.
Paêbirú sólo pudo ponerse en real circulación cuando el sello Mr. Bongo lo relanzó, el 2005, y a partir de entonces se popularizó en distintas plataformas de internet. El 2011, en tanto, se estrenó el documental “Las paredes de la piedra encantada”, sobre los secretos de su realización. Lula Cortés murió ese mismo año, afectado de un cáncer de garganta, en tanto, Ze Ramalho ha mantenido su mutismo en torno a la obra y todo lo que la rodea. Algunos dicen que se debe a la ruptura que lo alejó de su antiguo “parcero” Lula, hace muchos años, otros alegan que es una especie de venganza del músico por el trato desdeñoso que recibieron ambos por parte de la prensa, cuando la necesitaron.
Como sea, Paêbirú merece llegar a nuestros oídos aunque sea con más de 40 años de retraso, para demostrarnos que entre las obras cumbres basadas en la búsqueda de las raíces culturales, creadas en distintos lugares del mundo durante la década del 70, permanecía oculta esta verdadera joya nordestina. Un disco que hace emerger posibles conexiones latinoamericanas, remotas y eternas, rutas que unen el Atlántico con el Pacífico y el nordeste brasilero con los pueblos andinos, a través del Camino de la Montaña del Sol.