Druk y la resaca de lo cotidiano.

En Dinamarca, cuatro profesores aburridos de la monotonía en la que se encuentran sus aparentes estables vidas deciden experimentar. Uno de ellos llega con la noticia: vivimos con un 0,5% menos de alcohol en la sangre. Eso es todo lo que necesitamos para equilibrarnos y ser felices. Desde ahí el viaje de Druk es hilarante y trágico, como suele suceder con los caminos del copete. 

Pero Druk no es un tratado sobre el alcohol ni la moral. Druk es sobre los límites y las decisiones. Aquello es una definición ética de la película. No celebra ni el arrojo ni condena el descalabro. Si esta película ha ganado la atención del mundo entero es por un  guión que enuncia y desarticula los prejuicios; por un montaje cuya sobriedad equilibra la neurosis y claro, porque está Mads Mikkelsen, quien sabe llevar la fiesta y al desconsuelo como pocos. 

La última película de Thomas Vinterberg sigue provocando como lo hacía en los tiempos del DOGMA 95. Pero junto con ser el primero en abandonar ese movimiento que tanto tenía de estética como de mercadotecnia, baja varios cambios y llega a cierta amabilidad que permite escucharlo y tomar nota. Dinamarca y Chile son dos de los países más alcohólicos del mundo y aquella simetría funciona a pesar de la distancia de nuestros ingresos per cápita. Druk toca una fibra universal. Conecta con el tedio, con el agobio y las frustraciones, con esa resaca de lo cotidiano, pero también con el humor y entonces la esperanza, que es el aprendizaje de la derrota.

Es una película atrevida y sus mejores referencias están aún por escribirse. Es honesta porque interpela sin sermones. Posee la modestia y la profundidad de un cuento zen pero sin moraleja, entre la ansiedad y el éxtasis, y parece ir y volver desprejuiciada sobre una misma vieja premisa: la libertad como estado y la felicidad como camino.

Druk
Thomas Vinterberg
2020

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