Todos los libros de Bisama se leen de un paraguazo. Dos días. Una noche. Este no. Pero no porque sea un mal libro. Mala Lengua es todo lo contrario a un mal libro. Es de hecho uno de los mejores títulos chilenos del 2021. Y es sin duda lo mejor publicado por Bisama a la fecha. Su mejor crónica, su mejor texto crítico, incluso su mejor novela sin serlo. El problema soy yo, para quien la lectura del amigo piedra siempre ha sido como mirar el fuego. Hay fascinación y distancia. Hay asombro pero también agobio.
Mala lengua carga con toda esa naturaleza profundamente Rokheana más allá de la obvia referencia biográfica. Es excesiva por información. Es profunda como metaescritura (el capítulo XXI es una obra mayor). Es valiente en tanto arrojo estético. Mala Lengua abarca y supera su género. Pero de Rokha al fin, pero Bisama al fin, el hilo es siempre simple. En este caso y ante todo, la historia de una gesta. La de un hombre más allá de su destino. La de un artista más allá de la sobrevivencia. La de un escritor más allá de la escritura. El personaje es perfecto para Bisama. Carga con esa dimensión apocalíptica. El punk, 50 años antes, es también la historia de un vendedor viajero que avanza por ciudades de un país aún sin pavimentar llevando cuadros ajenos y libros propios. Estos últimos son los que nos interesan, libros hechos a mano, autoeditados, pero que no se venden. Más de alguno terminará envolviendo carne en un matadero.
Sabido es que De Rokha incendió la pradera literaria pero no huyó, permaneció adentro esperando, mirando, juzgando, creando. Por supuesto salió herido. Por genialidad o maldición, abrió un camino autoral tan fulgurante como solitario. Por eso era también necesario contar la historia. Por eso era también necesario contar con Bisama. El mejor cronista a la siga del mejor poeta. Había que poner la piedra sobre las ies, limpiar la estatua y la caricatura. Para entender la poesía y el incendio que son inseparables. Como en Mistral. Como en Lihn. Como en Lira. Todo era el mismo rigor, el mismo énfasis, acaso el mismo sacrificio. Cada paso y cada caída eran líneas escritas sobre el papel y la tierra.
Y porque al mismo tiempo es el registro de una era. Y entonces, llevado por la grandeza de los héroes, que lo fue, que lo es, De Rokha arrastra con todos en su siglo. Hay un país naciente que no lo puede contener. Se enfrenta a clientes, artistas y gobernantes, se enfrenta también a la familia, a la escritura, al lenguaje, a la pobreza, terminará sus días enfrentándose a sí mismo. En proporción, todo parece reducirse al paso de su sombra. Huidobro, tan cercano como hostil, parece un muchacho que salió a jugar a la poesía en las afueras del palacio de sus padres. Neruda no existe, es apenas un fantasma que recorre el siglo más cerca siempre del mundo que de Chile. Ese Chile que en cambió De Rokha recorrió como obrero y escribió como poeta, aquel territorio que terminó siendo como su República. Y así de grande fue su historia y su caída. Una historia de renuncias y saltos continuos a una vida y una página en blanco, a un vacío hecho de épica y por tanto, de tragedias.
Todo es un cuento ocurrido en un país que ya no existe. En las primeras décadas de un siglo que aún no llegaba por estos lados. Todo el mundo era pobre. Por eso se vivía con menos miedos. Había poco que perder entonces los hombres podían creer en proyectos humanos. Por eso se podía creer en ser artista. Habían bacanales, poetas, comidas interminables, todo el mundo andaba borracho a las seis de la tarde, los peatones no respetaban a los autos y los escritores ocupaban las revistas y diarios con versos o insultos. Todo ese desborde, todo ese delirio, acaso aquella ingenuidad, era Chile. Y toda esa desmesura, con su fiesta y su crepúsculo, y ese carácter y esa escritura, es Mala Lengua.
Mala Lengua
Álvaro Bisama
Editorial Alfaguara; 2021