Veo al convencional Atria explicar mucho uno de sus votos. Debe ser para que no lo funen: el moralismo de según qué izquierdas exige nunca transar, y al que transa hay que funarlo, cancelarlo, etc. Las funas son moralismo, y el moralismo es uno de los subproductos lubrificantes del sistema neoliberal.
Son comportamientos que descansan en la sospecha permanente de los demás (es lo propio del mercado), en desconectar a todo lo que no nos guste (es lo propio de las audiencias de tv), en la desconfianza de las instituciones republicanas (son más dinámicas las redes).
El moralismo es rígido, caprichoso, irresponsable y no negocia, exige rabiosamente como un o una lactante: cree que eso lo sitúa en un nivel superior. En mi infancia viví el sórdido desierto del moralismo católico. Ahora que la Iglesia está de baja hay espacio para nuevos modelos de moralismo, formas neoliberalizadas de censura, de pecados mortales, sacrilegios y excomuniones. Modos esquemáticos y empobrecidos de la vida en común.
El moralismo es lo contrario de la ética: si la ética se guía por convicciones, o sea valores que es preciso preservar en medio de las continuas tormentas de la existencia, el moralismo opera en una cancha artificial consignando si se cumplió o no la norma tal o cual de su contraloría.
La defensa apropiada de las convicciones opera en el flujo de la realidad, la cual es dialéctica, cambiante, y ahí las recetas fijas no sirven ni garantizan nada. El moralismo busca la pureza, una pureza estática, inexistente: la vida es mezcla, cruce, impureza, movimiento, creación, incertidumbre…
Do the right thing, oh Atria. Haz lo correcto, que yo no sé qué es porque aquello de los quorums nunca lo he entendido mucho, y no tanto lo que voces deshonestas y paralizadas te dictan desde su moralismo en blanco o negro. No es lo fácil. Es lo correcto.