*Alerta de Spoiler !
Que las segundas partes no son buenas es una máxima del cine más vieja que el cine mismo. Las series de televisión son un género con la mitad de años que el cine pero lo suficientemente grande como para replicar las malas costumbres.
Una serie, y la televisión misma, nacieron para ser fragmentadas. En el caso de las primeras saber cuándo detener ese proceso ha resultado ser todo un desafío. Tal vez una solución sea volver al origen y pensar en modo cine, vale decir, se escribe una historia y un final, abierto o no. Eso es irrelevante. Ese resultado luego se parcela en entregas con la complejidad de poder cerrar además cada una de ellas. Una manera de entender y crear desde el audiovisual que el maestro Raúl Ruiz llevó hasta el extremo de creer en la independencia de cada escena e incluso de cada uno de los planos involucrados. La función centrífuga de la imagen. Dato al margen y para cerrar: las mini series suyas que conocimos para televisión no eran tal, eran películas largas que se dividían en capítulos. No podían pensarse como productos a la espera de una aprobación comercial para continuar con su escritura.
Pero volvamos al Banco, volvamos a España.
La Casa de Papel debió haber detenido todo al momento de encontrarse la inspectora Murillo y el Profesor en esa lejana isla filipina, al cierre de la segunda temporada. Final feliz para todos: personajes, televidentes y productores. En ese momento los dueños del show debieron haber enviado a guionistas y escritores para que se fueran también a una isla a descansar y desparecer, que al igual que los ladrones la pega ya estaba hecha y bien. No resultaba atractivo saber nada más respecto de ellos porque el misterio debe también saber tener su lugar.
Pero no, tuvo que primar como siempre el dinerillo y tuvieron que hacer no sólo la tercera temporada si no también la cuarta y la quinta. Y precisamente la tercera parte de la peor manera posible: un error no forzado de uno de sus protagonistas (un error no forzado de sus guionistas) hace que descubran a dos de los prófugos. A uno lo pillan y en vez de que prime la cordura, al profesor (el primero que debió haber puesto buzón de voz en su teléfono porque ya los había hecho millonarios a todos) no se le ocurre mejor idea que juntar a todos para el rescate y ese rescate pasa por volver a encerrarse a hacer prácticamente la misma inverosimilitud de dos temporadas atrás. Vale, se demoraron 31 capítulos en ejecutar un plan que tomó años diseñar, por el que murió gente, lo lograron con un stress de la puta madre, se hicieron ricos y hay que hacer todo de nuevo? Si algún chileno estuviera en ese equipo de atracadores les habría dicho, “váyanse a la chucha feos culiaos, yo no voy ni cagando, yo me voy a un paseo este finde a Algarrobo”. Pero no, no lo había y por eso la historia sigue.
Viendo la tercera y cuarta temporada, y ya bastante menos encantado, pensaba entonces por qué mierda seguía pegado y comiéndome cada temporada prácticamente en un solo día. Era incoherente? En absoluto. La casa de papel es en efecto muy entretenida y no por nada, uno de los fenómenos más importantes del streaming.
Entendí por qué el cuento enganchaba y ciertamente era más que el mismo cuento, más que el robo en sí, y es porque el relato de la Casa de Papel transcurre en varios frentes al mismo tiempo, no sólo dentro del Banco. Por ejemplo en un momento durante la cuarta temporada está el duelo entre la inspectoras Murillo y Sierra, la lucha del Profesor por ponerse a salvo y luego retomar la batalla, los breves pero asertivos flashback que van contextualizando el presente y por supuesto, lo que ocurre dentro del Banco de España, que al mismo tiempo se fragmenta en dos o tres puntos más. Todo eso en 45 minutos? Imposible no engancharse.
Y claro, los personajes. La serie basa gran parte de su potencia en la apuesta de juntar personalidades heterodoxas para un mismo fin en el grupo de ladrones y uno que otro desde el bando opuesto. Mis preferidos son el Profesor, Nairobi (que en todo caso le gusta (ba) mucho más al público que a mi), Berlín, Palermo y la inspectora Sierra (estos dos últimos vinieron a levantar la serie desde la tercera temporada). Por qué no Tokyo, incluso el hilo narrativo de todo? Porque se desdibuja producto de sus propios excesos y complejidades mal desarrollados. Pero también se diluye Murillo desde la tercera, la vuelven débil, sigue perdiendo luego de que ya había sido vencida por el profesor (repunta en la cuarta sólo mientras se enfrenta a Sierra en los interrogatorios). También este último corre peligro de agote por su versión española de Mc Gyver, si se salva es solo por el afecto que genera y porque efectivamente es un súper buen personaje. La rehén infiltrada fue una tremenda idea pero inexplicablemente mal aprovechada.
Pero entonces? Entonces la magia ya se quebró. La sorpresa se hizo costumbre. Como con Prison Break, cuya impresionante primera temporada fue dando poco a poco paso a un imposible loop eterno entre Michael Scotfield y la adversidad, donde sólo le faltó encontrar la cura para el cáncer. Igual claro, hay otra series donde uno sencillamente abandona el barco porque sabe que ya tomaba destinos totalmente poco atractivos, ahí están Stranger Things o la tristemente célebre segunda parte de True Detective, luego de que la primera nos dejara peinados para atrás. Ejemplos hay muchísimos más y es material de otro cuento.
La Casa de Papel falló en un elemento imperdonable y es romper una especie de acuerdo (nota mental: inventar un concepto urgente para esta teoría) que se produce entre obra y espectador. Por ejemplo, yo sé que en la saga Misión Imposible van a ocurrir cosas que efectivamente le dan justificación al nombre. Esto es: si Tom Cruise se agarra de un helicóptero al momento de elevarse y este luego estalla en el aire enviando a Tom Cruise a la cresta pero con tan buena suerte que justo cae en otro helicóptero que iba siguiéndolos y se sostiene y aguanta hasta que logra ponerse a salvo, lo aceptamos, y hasta podemos creerlo infantilmente, porque está dentro de algo parecido a un compromiso, algo así como he leído y acepto los términos y condiciones de uso, donde en este caso van a ocurrir cosas absolutamente inverosímiles como que se fabrican máscaras perfectas de otras personas para engañar a los malos y nadie sabe cómo diablos una vez puestas cambian hasta de estatura, peso y voz, pero en fín, uno no sólo las acepta, también las espera y buena onda que Ethan Hawke les termine pateando la raja a todos.
Bien, si no existiera ese acuerdo el cine de superhéroes por ejemplo no tendría sentido. No es estar en contra de ese tipo de productos, pero es bueno situarse antes entre aquellos márgenes. El cine de acción basa todo su potencial en eso. Uno espera la persecución a 100 kilómetros en una pequeña ciudad sin que milagrosamente nadie choque a las dos cuadras o que estallen granadas al lado del héroe y que del salto por los aires sólo vuelva con rasguños y con más energía que antes para seguir poniendo su vida en peligro.
En el caso La Casa de Papel, otro es el acuerdo, o la promesa. Asistimos sobre todo a un contrato de astucia intelectual (al igual que Prison Break), porque aceptémoslo, todos estamos esperando ver la manera cómo el profesor lo va resolviendo todo a punta de inteligencia, como en Dr. House o El Mentalista, o como en Sherlock Holmes, que dio origen a todo eso. El resto de los elementos es secundario, las historias de amor por ejemplo o las vicisitudes morales o sicológicas de algunos de sus personajes porque después de todo la mayoría son entretenidas pero no interesantes; y no estoy tan seguro si la gente espera explosiones o balaceras en La Casa de Papel. Yo creo que al contrario, todo resulta más efectivo cuando eso no ocurre.
La gran burbuja se rompe al traspasar ese límite. Porque Casa de Papel no es esencialmente un producto de acción aunque lo parezca. O sea, creemos que el Profesor podría enseñarle magia a David Copperfield, pero no que puedan tener a 200 hacker pakistaníes siendo capaces de vulnerar todos los sistemas posibles, o liberar a Tokyo de la manera como ocurrió en la segunda temporada, con la fugitiva más buscada del país siendo trasladada sin prácticamente nada de resguardo. Más efectivos y carros llegan en Chile para detener a un vendedor ambulante.
Pues bien, esa tendencia permanece y se profundiza en la tercera y cuarta temporada, tanto así que el plan para rescatar a Rio sea volver a encerrarse y hacer exactamente lo mismo que antes con la plena convicción de éxito…estamos hablando de la operación del siglo gilipollas, no del robo a una pastelería. La misma mala cosa pasó con Prison Break desde la temporada 2 en adelante, faltó sólo arrancarse de Colina 1. Eso no puede ser, y no lo digo en términos de la “vida real”, porque no se trata esto de pensar con la ingenuidad de que lo que ahí ocurre es o no realizable, lo planteo desde la perspectiva de ese pacto. Dicha renuncia marca el punto de inflexión que puede decantar en la fuga de televidentes de una serie, del tipo “ah no, la wea se fue para otro lado”.
Yo no considero que la serie se haya ido hacia ningún lado salvo hacia sus propias redundancias y desmesuras, lo cual me parece hasta peor. Esa tendencia la hace decantar casi como producto de la cinematografía Marvel. Tampoco resulta convincente la ambivalencia en la relación entre los atracadores, pasan del amor al odio (amarres y pistolas en la cabeza incluidos) como si todo se pudiera olvidar en 5 minutos. Se pierden y recuperan confianzas como si se tratara de un juego de Truco. Hay otras cosas nunca resueltas pero que permanecen sin sentido como la tendencia hacia lo sexual de Tokyo. Tampoco eso cierra ni lleva a ningún lado más que forzar de manera simplista las tendencias liberales del personaje. Y de la operación por videollamada ni siquiera me voy a referir porque todo tiene su límite. Si la temporada hubiera sido grabada en pandemia tal vez en la buena onda hubiéramos dicho que es un guiño a la cuarentena y el teletrabajo, pero no pasaría de ser un chiste.
Y entonces? Como seguimos? Nada, muchos a empezar la quinta temporada seguramente. Es después de todo un producto entretenidísimo, vertiginoso y siempre habrá expectación por ver cómo el profesor logra quedar como el puto amo. Sólo que ya no será lo mismo. Desde la temporada tres no lo es. Yo en esta esquina me bajo señores pasajeros no sin antes agradecer y fue un gusto. Han extraviado su lugar de crítica (no de audiencia) entre las mejores series de todos los tiempos porque la ambición de los creadores hizo que mientras el profesor iba ganando su ajedrez contra la policía, los guionistas lo fueran perdiendo contra la misma serie y los destinos de sus entrañables personajes.