Cobra Kai o el arte de echar a perder las cosas

Cobra Kai sufre el rigor inverso de Annie with an E. Mientras la emotiva producción canadiense es una serie adulta con protagonistas niños y adolescentes, la secuela de una de las películas más taquilleras de los años ochenta es una serie adolescente protagonizada por adultos. Pero no es así como comienza, sino muy por el contrario.

Continúa cuarenta años después de aquel final improbable pero esperado, cuando un escuálido muchacho que aprende karate en tres meses limpiando autos y pintando rejas terminó venciendo a un verdadero campeón con una patada quizás más inverosímil que toda la historia junta. 

Aquella licencia en el guión funcionó porque como se sabe, Karate Kid era una historia adolescente para adolescentes, con rubios karatecas taquilleros pero abusadores y una chica linda a la que debía conquistar un delgado pero noble muchacho de pueblo. Toda esa ensalada de lugares comunes terminó siendo tan exprimida hasta que como en la tercera o cuarta parte, y ya sin los protagonistas originales, no quedaba nadie con ganas de verlas. Ahí murió la saga. Pero, pero….

Pero llegamos a la época dorada de las series y llegó Netflix y sacó la billetera. Y en un movimiento que nadie pidió ni esperaba surgió Cobra Kai, que retoma los acontecimientos con una visión actualizada de sus personajes enfrentados a los rigores dispares e inversos de la adultez. Y sorprende. Y funciona. Ahora Daniel San es el «exitoso» (empresario y hombre de familia) y Johnny es el perdedor (un obrero de a la construcción convulso, adicto a la bebida, sin familia, con un hijo del que no se hace cargo y casi siempre al filo de todo).

El éxito de unos es el fracaso de otros y aunque no existe relación directa sí la hay desde las inversas simetrías. La simetría entre las dispares suertes de sus protagonistas o antagonistas (cualquiera de las dos estaba bien en los ochenta) por algunos capítulos es capaz de equilibrar eficazmente aquella distancia en el presente.Es ahí donde Cora Kai apuesta y es de alguna manera una continuación que pudo haberse anunciado en 1984 pero que nadie se la pudo haber tomado tan en serio principalmente porque claro, en 1984 no se hacía una serie cada 15 minutos y además a nadie le parecía interesante saber más que el presente del ídolo Daniel San. Sin embargo, 36 años después se hizo necesario y sorprende. 

Todo eso ocurre en los primeros bien armados capítulos, todo equilibrado con efectividad entre el drama y el marketeo. Pero ese atrevimiento se diluye inevitable y monótono como aquellos adultos que se juntan con sus amigos para hablar sólo del pasado y las mismas tallas de siempre.

Entonces todo vuelve a cero y son los adolescentes (porque todo es simetría) los que se quedan con la rivalidad y el show. Y show es la palabra, porque así termina la primera temporada, con una gran batalla campal coreografiada como si de un imposible musical de karate se tratase.

Decidió echar a perder las cosas como en Rambo, que no solo no mató a su personaje como debió haber sido la única historia y final posible (como en el libro), sino que además pasó de ser una historia sobre los traumas de una generación arrastrada hacia el Infierno de Vietnam a celebrar aquello como gesta patriota y socio política en las dos siguientes entregas.

Cobra Kai pudo haber sido una serie única en su género. Aquella que apostara por su madurez a la par de los protagonistas, donde el dolor y la nostalgia fueran uno y retratada ahora en el nemesis del proyecto original. Sin embargo prefirió sólo la nostalgia y el excell azul y ahora, ya en su cuarta temporada, chapotea en el seguro y lucrativo pozo de su eterna adolescencia.

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