Que mejor retomar sugerencias de lecturas con “La eterna juventud” de Lola Larra. Para ser estrictos, no es Lola ni es Larra, aunque es así como firma sus libros (“Al sur de la Alameda” y el, imperdible como aterrador, “Sprinter”). “La eterna juventud” reúne crónicas que la autora declara librescas y de vida, tiene un poco de ambos, pero también más. Se desliza por el eslalon de la crónica periodística, con algo de memorias prematuras, da cuenta de una vida trashumante y juvenil, a veces grupi, entre literatos ambiciosos, editores imbéciles, soportando vidas glamorosas de revistas brillosas, exilios involuntarios y muchos libros, muchas películas, o sea: la vida.
Está de más decir o está de más decírmelo, aunque lo digo igual: que bien escribe la Lola. Que refrescante es su ironía chilezuela (chilena, vivió en Venezuela, ejerció de joven en España y volvió a Chile recién como escritora). En este libro, indispensable y personal, aprendí o recordé algo grupal: una generación “lolística” de alegrías esperanzadoras de los años ochenta y noventa, en que todos seríamos famosos por más de quince minutos, versión latina y hortera de la movida española. Incluye también la triste palidez de la literatura, con sus mundillos arribistas y envidiosos de editores, escritores y periodistas culturales, a todos quien Lola, esta Lola, deja caer una mirada filosa, con humor, sarcasmo, uno siempre dulce, como es Lola, aunque no sea exactamente Lola, Ni Larra.
Ojo, leer “La eterna juventud” solo como vino dulce de misa es perderse ese lado más vinagre que da cuenta de un estado de cosas del fin de siglo pasado, uno que no alcanza ni para chupilca.
«La Eterna Juventud»
Lola Larra
Editorial Saposcat; 2022