Gal

La que desde el vientre oía música por un ritual materno, la que nunca conoció a su padre, la niña que vio una epifanía: toda su vida con un micrófono delante; la que atendió un local de discos, la que encontró en Bethania, Gil, Tom y Caetano a los hermanos que no tuvo, la que escucho una epifanía: Joao Gilberto; la que compararon con Joao Gilberto, la del asombro, la del cliché de la voz de terciopelo, la que detenía el escenario, toda esa presencia.

La diosa de la Tropicalia, la que desmayó a Tom Zé, la musa de Caetano, a la que todos le escribieron canciones, la que cantó Coraçao Vagabundo antes que nadie, la del disco Fa-Tal, la de la gira Doce Babaros, la del espectáculo O sorriso da Gata do Alice, la de las escandalosas portadas, la que mostró las tetas en la tv de los 90 gritando Brasil Brasil !, la del coraje, toda esa fuerza.

La que abrazó a su madre hasta la muerte, la que no podía gestar, la que adoptó, la que amó a hombres y mujeres, la dulce y bárbara, la divina y maravillosa, la india, la blanca más negra de Brasil, la voz más linda del mundo, la que cantó hasta morir, la que se fue, la que se queda, todas las Gal posibles, por siempre, para siempre, toda esa eternidad.

Gal Costa (1945 – 2022)
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