Mis soneros favoritos

A pito de nada. No inventaré efemérides ni esperaré nacimientos o defunciones. Es simplemente porque amanecí bailarín y por las ganas que uno tiene siempre de enumerar sus gustos y cosas que a nadie importan. No diré los mejores porque los hay buenos como tantas canciones buenas tiene el género, pero aquí hay nombres que alteraron la historia. Es sábado, vayan a bailar. Estos son mis cantantes preferidos de la Salsa.

Ismael Rivera
No hubo cantante igual. No lo hubo ni lo habrá. Maelo atravesó la música caribeña con un pregón que provocó como nadie antes la métrica de la armonía y el ritmo. Armaba su fiesta aparte a la del coro. No lo esperaba. Lo interrumpía. Casi no se estaba callado. Además tenía un timbre de la puta madre, un timbre único que era puro fuego pastoso. Maelo tiró la música caribeña hacia adelante cuando irrumpió en los cincuenta con un estilo que sentaría las bases para varios de los cantantes duros del género al alero de Fannia Records, recién 15 años más tarde. Bueno, los que podían hacerla. O sea casi nadie. Rítmico y afinadísimo, Ismael Rivera se mandó flor de momento en la mitad de su clásico «Las caras lindas», montando con voz y a caballo el magnífico solo de tres de Mario Hernández. El propio Roberto Roena, presente esa jornada en el estudio, confirmó la historia. «No hubo nada escrito, todo lo improvisó en el momento». No somos dignos.

Cheo Feliciano
Fue la referencia máxima de Ruben Bladés y de mil soneros más. El entrañable Cheo Feliciano es quizás el más representativo y versátil cantante del género. El que mejor equilibró toda esa tradición que fue capaz de unir al mambo, al latin jazz y el bolero. Cheito cantó todo y por todos y todo lo hacía fantástico. Era un barítono poco usual. Podía ser elegante y pícaro. Pero básicamente era un puro gozón que si bien fue amaitando conforme pasaban las décadas nunca se apagó del todo ya que Cheo paró de cantar sólo cuando se lo llevó la parca a los 78 años en un accidente automovilístico. Su repentina muerte no hizo más que confirmar la leyenda que siempre fue. Para el recuerdo, su versión de su clásico «Anacaona» con la Fannia en el mítico concierto en el Cheeta en 1971, el día que la Salsa se expandió al mundo.

Chamaco Ramírez
Yo pensaba que Chamaco bebía del timbre de Charlie Aponte, pero después caché que era mayor. Entonces, confirmé que era único. Tuvo una fulgurante carrera y está medio fuera de los mapas populares a pesar de que los soneros lo admiran mucho y cómo no, si a los 16 ya cantaba para Tommy Olivencia dejando a todos sorprendidos porque desde Maelo no se escuchaba a nadie cantar así. Chamaco es tal vez la única descendencia directa del maestro de Santurce porque tenía su propio contrapunto rítmico con la orquesta. Llegaba el mambo, Chamaco empezaba a mover los bracitos y se lanzaba. Ni siquiera miraba para atrás. El maestro Olivencia no le decía nada. Lo dejaba hacer lo que quisiera. Eran los días de gloria. Su carrera no fue breve pero pareció serlo por las ausencias, las drogas, las prisiones y sobre todo porque en 1982 Chamaco fue tiroteado en una madrugada del Bronx. Tenía apenas 41 años. ¿Su momento? ni que hablar, «Planté Bandera», de Tito Curet y con Tommy Olivencia a sus espaldas, no hubo dupla mejor para el maestro.

Andy Montañez
En términos de energía y potencia, Andy Montañez es el sonero más pulento de todos. El grueso y sabrosón calibre de su voz se impone a todas las orquestas y grupos con las que ha estado. Andy es como un trombón pero con el registro de una trompeta. Uno puede estar escuchando a instituciones como la Ponceña y cuando han invitado a Andy se termina comiendo el escenario. Y siempre fue así. Voz fundadora e inseparable de la primera y fundamental primera quincena del Gran Combo, luego sucesor natural de Oscar de León en la Dimensión Latina; más tarde , como solista consolidó su fama pero lamentablemente también cayó en ese limbo que fueron los ochenta. Sin embargo con los compositores, los arreglos y las canciones precisas siempre hizo escuela. «Casi te envidio» es un himno y el «Son de Santurce» es una cátedra de canto. Además es quizás el sonero que mejor ha llegado a la tercera edad en términos de registro. Hoy, contando 80 primaveras, continúa en el mambo.

Héctor Lavoe
No hubo cantante más querido. A nivel popular no tiene comparación. Su obra y su vida se funden en una misma y sola mitología. Hector Lavoe, en sus primeros discos junto al genio de Willie Colón, le dio un nombre a la salsa desde donde fundar una nueva dimensión basada en la calle y la crudeza de un ritmo que desde Puerto Rico se iba a tomar Nueva York y el mundo entero por asalto. Dotado de un timbre privilegiado y la picardía más genuina del género, de su boca salieron clásicos una y otra vez. Cantó siempre algo muy parecido a su vida y a lo que la salsa buscaba expresar, por ejemplo esa paradoja entre la desgracia y la felicidad. En los títulos se pueden rastrear todas las señales. «Mi Gente», el «Rey de la Puntualidad», «El Día de mi Suerte» y ni hablar de «El Cantante». Su biografía es al mismo tiempo la biografía de un movimiento que en los setenta interpeló desde la calle a los salones donde faltaban aún 10 años para que les dejasen entrar. En 1975 la Fania All Stars fue a Zaire, África, a devolver con Salsa el regalo que en forma de música había llegado muchos antes a América. Lavoe era uno de sus vocalistas, terminó paseado en andas.

Ruben Blades
El más completo de todos. Se le reconoce mayormente su aporte a nivel lírico y compositivo lo que marcó indudablemente un antes y un después no sólo en la música caribeña, sino también en la música popular latina. Sin embargo vocalmente es también un superdotado. Admirador confeso del gran Cheo, supo igual y rápidamente imponer su estilo. A pesar de no contar con una típica voz para el género, la impuso a base de una musicalidad sin fallas. Es uno de los mejores improvisadores porque no solo cantaba, también contaba. Ruben ensanchó la salsa y la hizo dialogar con distintos ritmos y culturas. Grabó en inglés, con sintetizadores, sin vientos!!!, ocupó big bands y también ensambles provenientes de la world music; y todo cuanto creó hizo a músicos y críticos tomar nota y respeto. Maneja además un reloj con 36 horas porque también fue a la universidad e incursionó en la política y la actuación, todo eso a la par de su carrera musical que por supuesto aún no termina y se mantiene en un nivel siempre alto. Algo más? Sí, actualmente está por publicar sus esperadas Memorias, escritas por él por supuesto y no dictándoselas a un periodista. Si no es mi cantante preferido, es sólo porque es un artista más amplio y trascendental en sí mismo que todo un género. Es el Da Vinci de la Salsa.

Charlie Aponte
A pesar de no contar con una gravitante carrera en solitario, sus hazañas por 41 años con El Gran Combo de Puerto Rico lo ubican prácticamente como la voz estelar de aquel super grupo que no obstante ha tenido al micrófono leyendas como Pellín Rodríguez, Andy Montañez y Jerry Rivas. Imaginativo, melódico y con una voz que podría resumir en su pregón a todo un género, su salida del grupo de Rafael Lithier el 2014 marca sin duda el fin de una era. Aponte fue también el último gran representante del periodo de oro de la salsa dura. Su aparición con Bobby Valetín interpretando «Ven rumbero», para el inolvidable concierto del bajista en la cárcel Oso Blanco el año 2002, ha sido una cumbre salsera difícilmente superada.

Tres Bonus Track !

Frankie Ruiz
Los ochenta vinieron a enredar las cosas. Rebajaron el tiempo, comprimieron la música. El estudio se transformó en un experimento para llegar a nuevas cosas y por ejemplo a eso que el mercado quiso llamar salsa sensual. Como todo en esa década, los sonidos también pasaron a ser una ficción computarizada y quizás por eso los mejores registros están en vivo. En ese contexto surge la mítica figura de Frankie Ruiz. Su influjo popular es enorme, como el de Hector Lavoe o Marvin Santiago, con quienes también compartió una biografía de éxitos, tragedias, cárceles y adicciones. Frankie forjó un estilo vocal que se volvió el sello de una década y es lamentable que se le asocie más al discutible movimiento de la salsa sensual porque cuando le daban mambo y espacio respondía con puro fuego. Aquí está con el maestro Olivencia, para mí, sus mejores años.

Cano Estremera
Cano se hundió en su ego, peleador. Pasó sus últimos años empecinado en quién era el mejor sonero. Por supuesto se respondía él mismo. Creo que toda esa máscara en todo caso no opacó el gran cantante que fue. Dueño de un soneo muy particular, cuando se dedicó a cantar y no a hacer parodia de sí mismo recuperó para la salsa todo aquello que fue perdiendo entrando en los ochenta. Era un genio improvisando y su aparición cantando «Boranda» con La Sonora Ponceña para su 45 Aniversario lo confirma.

Gilberto Santa Rosa
Nació en la década equivocada y creo que también sus directores musicales, compositores y productores. O al menos lo llevaron para terrenos más comerciales y menos decisivos para el género. En realidad no hicieron más que llevarlo hacia los 80 y quizás no había entonces otro camino. Cierto es que en sus inicios, mientras estuvo con Tommy Olivencia y Willie Rosario por supuesto que demostró lo que era capaz de hacer. Pero su lanzamiento al solitario fue, aunque igual o mucho más exitoso, otra cosa. De cualquier forma, es quizás el más importante de los cantantes vivos surgidos al alero de aquella década, con un sentido de la improvisación innato y original y cuya interpretación del clásico «Perdóname» para su concierto en el Carniegge Hall, el año 95, es quizás su mejor forma de presentarlo.

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