Lynch y la luz que esconde toda oscuridad

Todo artista refleja en su obra un mundo, David Lynch era un universo. Y en ese universo, como toda fuerza cósmica, nos sentimos atraídos en algún momento o motivo por el misterio y la amplitud, a pesar de lo ininteligible y los agujeros negros. La fascinación del fuego, el espectáculo del volcán que nos amenaza, cuando joven casi adolescente viendo Eraserhead y no saber si romper el VHS o echarlo a correr de nuevo.

La escena inicial de Terciopelo Azul, además de ser uno de los mejores opening de la historia del cine, es también una muy buena manera de resumir cierta parte del manifiesto. Aquel descenso a los infiernos de Dante pero en la época del sueño americano, los suburbios y las revistas de jardinería. El viaje del sueño a la pesadilla. Viaje, sueño, pesadilla, tres planos desde dónde comenzar a decir acción o corte. Pero esa escena inicial puede ser leída también en su reversa.

Porque ver en Lynch, la pura y majadera idea de lo grotesco y lo perturbador es advertir sólo una parte de la carretera que nunca estuvo tan perdida. A pesar de presentar algunos de los malos más malos, hasta en los más viscosos momentos de su cinematografía puede hurgarse la humanidad, sea de lo que fuera que ésta estuviera hecha. Si todo no fuera así, el viaje de Alvin Straight no tendría sentido ni tampoco los gritos desesperados de John Merrick o el amor que a pesar de todo se profesan Sailor y Luna. Incluso en El Camino de los Sueños subyace un particular amor al cine.

Cuando vi «Una historia sencilla» quise entenderla como una de las películas más importantes de David Lynch a pesar de alejarse de los habituales contornos estéticos oscuros u oníricos. En ella vi (y ahora veo) el viaje del mismo Lynch hasta llegar a mirar su propio cielo estrellado, como la postal definitiva de un hombre que meditó diariamente por más de 50 años y que tenía, a pesar de sus películas, la felicidad como lo más importante y la paz como una esperanza. La meditación es un ejercicio tan lento como el viaje en una cortadora de pasto pero ambas pueden llevarte a tu destino.

Si toda la obra de Lynch fue un puro sueño o pesadilla es una pregunta tan válida como el misterio que la responde, la define y la protege. Lynch nunca referenció mucho sobre aquello limitándose a cortar las alternativas no hacia el significado, si no hacia lo correcto o incorrecto para la obra. Y es sabido que lo fue. Porque hasta sus fracasos (de público, de crítica) fueron sus logros. Todos, hoy, materia de culto. En definitiva siempre se trató de las emociones, su única respuesta y el verdadero motor de sus imágenes.

A pesar de sus posteriores trabajos con lo digital, fue David Lynch uno de los últimos directores de autor en una época dónde el cine se hacía a mano. De esa manera fue que desarrolló sus proyectos más emblemáticos y por los que tuvo manga ancha luego para hacer desde películas hasta video juegos. Porque fueron sus obras hasta 1990, hechas varias de ellas a contracorriente del sueño americano, las que permitieron que un director tan poco interesado en vender palomitas llegase a trabajar en Hollywood con películas por las cuales la gente se podía quedar dormida o abandonar la sala con tanto espanto como enfado. Fue así como que llegó a ser uno de los artistas norteamericanos más importantes del siglo XX.

Buen descanso maestro, está en un viaje, está en un sueño, está en casa.

(imagen: Foto collage de Jimmy Chen)

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