La resaca del 8 de Marzo

Desde hace varios años, marzo no es sólo el mes del regreso masivo a la rutina laboral y estudiantil, no es sólo el mes en que vemos acortarse los días y los presupuestos por gastos varios, propios de la “adultez”, con o sin hijos… Es también el mes donde las mujeres se expresan masivamente en las calles, al menos por un día. En distintas ciudades chilenas (quizás todas), mujeres de todas las edades se vuelcan a las calles durante el 8 de marzo, en marchas “separatistas” que incluyen bailes, cantos en registro alto y mucho color, algo que en buena parte de este angosto y largo fundo es realmente poco común.

Las marchas del 8M en Chile (país que usa el sistema gringo para hacer referencia a fechas, hace por lo menos 15 años), tienen su propia historia, discontinua, con hitos diversos y harto impacto en la cultura popular, que han excedido los márgenes de la organización política en base a reflexiones  teóricas, transformándose en espacios de expresión colectiva que combinan denuncias y demandas sociales, con una esencia de carnaval. En las marchas del 8 de marzo participan militantes de distintas líneas feministas, junto a mujeres que nunca han participado de colectivos o leído a autoras feministas, pero que sagradamente acuden, pues se sienten convocadas a participar en las calles rodeadas de otras mujeres, de distintas edades, clases sociales, ocupaciones, orientaciones sexuales y miradas políticas. Es muy probable encontrarse en ellas con mujeres que se centran en denunciar la violencia de género y la impasividad de la sociedad frente a la misma, con otras, cuya noción del feminismo parece más conectado con lemas como el de Shakira, que considera que introducir la idea del pago, eliminando la posibilidad de lágrimas en la ecuación resultante de un quiebre amoroso, es más feminista que denunciar las brechas salariales o la desigual división de las tareas domésticas. Esta diversidad es la base de la convocatoria que ha alcanzado el 8 de marzo como fecha de manifestación en las calles, pero también es el punto débil a la hora de emprender una batalla concreta, especialmente en lo que refiere a la superación de condiciones injustas, consecuencia de un pacto secreto entre las familias que, como si se tratara de una red neuronal, se comunican, retroalimentan y finalmente consolidan un orden general, característico de lo que conocemos como sociedad chilena.

Es probable que en unos años más, cuando se mire el período que actualmente vivimos, el panorama actual se vea distinto, enriquecido, pero también contaminado, por antecedentes que no conocemos o que escapan a nuestra experiencia, hoy. Probablemente, los gérmenes del panorama futuro ya están a la vista, para alguien que viniera desde ese futuro, lamentablemente desconocido para quienes vivimos este tiempo particular, el cierre del primer cuarto del siglo XXI. Quizás, una mujer del futuro miraría las ciudades chilenas de este tiempo, sin entender cómo una vez al año despiertan y se agitan por las calles miles de mujeres, gritando, cantando y bailando, para esfumarse horas después. Sin que nos demos cuenta, entonces, como suele suceder tras el clímax de cualquier fiesta o carnaval, esas mismas calles, al vaciarse, nos estremecen, al mostrar su esencia, desprovistas de presencias distractoras. Es en esos momentos cuando emerge con crudeza la constatación de que, pese a ser mayoría numérica, este país ha grabado a fuego la presencia masculina con marcadores permanentes de los espacios urbanos, porque si bien abundan representaciones femeninas en la publicidad, las representaciones que se fijan en el tiempo de manera permanente suelen referir a hombres, que dan nombre a calles, o que son ensalzados en monumentos.

Hace un par de años, el Consejo de Monumentos Nacionales hizo un estudio sobre la presencia de las mujeres en los monumentos presentes en las capitales regionales. El total de monumentos dedicados a personajes femeninos (concretos o de carácter simbólico) fue de 29, versus los 621 dedicados a hombres. Y, si bien, podríamos considerar que el monumento escultórico de corte figurativo es un tipo de homenaje cada vez más debatible, incluso desfasado, las esculturas siguen dotando a los espacios de presencias que remiten a lo humano, cargando a la vez el significado simbólico de solidez y por ende, de inmutabilidad.

Las esculturas que representan a humanos me parecen remanentes de antiguos modos de conectar con los antepasados, que una vez dotados de forma, en cierto modo vigilan nuestros pasos, manifestándose de manera palpable. De ese modo, en un país donde los fantasmas de nuestros antepasados masculinos parecieran manifestarse tan mayoritariamente, la ciudad misma pareciera decirnos, tras la manifestación, que nuestra presencia en tanto mujeres es intrascendente, a diferencia de la de todos esos señores, conquistadores españoles a caballo, presidentes, funcionarios públicos, intelectuales o alcaldes pretéritos, que saben que ver a tanta fémina suelta, tanta mujer riendo en la fila, tanta parienta incómoda, tanta mujer alborotadora, es un momento pasajero, una ligera cosquilla en su aparentemente eterno poder, un poder que retienen a través del tiempo y que no atañe a  todos los hombres sino algo que sigue quedando en las manos de los que han logrado ser incorporados en grupos selectos, donde rara vez permiten entrar a alguna mujer, escogida “con pinzas”. Por eso, hay que tener los ojos bien abiertos para transitar por las calles de las ciudades de Chile cuando están desiertas, especialmente si se es mujer, pues todo el peso de los patriarcas está ahí, toda la mirada masculina tradicional que, a diferencia de países donde existe un gusto por materializar nociones como libertad, justicia, patria, artes,  filosofía, mediante alegorías femeninas, prefiere solazarse en la figura de señores a caballo, soldados con sables o arquitectos de los entramados sociales que, hasta el día de hoy, nos impiden construir una sociedad más justa, libre y alegre. Por eso, aunque la resaca sea triste, puede ser un motor que nos lleve a reflexionar para ver qué hacemos los otros días, esos que no son el 8M.

Fotografía: Marcia Egert Laporte

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