Un hálito de chicha

San Carlos, Corral, costa del Futahuillimapu. Desde mediados del primer mes cae la manzana «enera» a carretadas en las quintas, y a mediados de febrero ya está totalmente emborrachada, camino a desaparecerse. Su tiempo es brevísimo, su abundancia parece luego ensoñación.

Sucede que la enera se sobremadura aceleradamente, y adquiere una consistencia mas bien harinosa, “pasada”. Si están en la semisombra de la enramada pueden ser apetecibles por una semana o más, antes de comenzar a fermentar con las calores; mientras que expuestas en la periferia del árbol se asolean y fermentan más rápido. Así sus luminiscencias amarillas características se tornan cafés y cobrizas, apagándose su oro.

Y desde el mediodía la fragancia rebosa el manzanal, levantada a rafagas por la intensidad solar, y aventada a lengüetazos sobre el rostro de los vivos, aturdidos de tanta luz. Es un fantástico arrebato veraniego, extendido hacia la noche por la densidad de su letargo, un bostezo lento y embriagado que se queda como divagando.

Entonces la dorada estación se celebra a sí misma, liberando su perfume agudo de mundaneidad, que bendice en rareza este paraje. La quinta recoge su dulzura, rebosada de sí misma, y el verano abraza la manzana como ofrenda. La abriga en sus dominios, la digiere y medita, para destilarnos la extrañeza de esta tierra, susurrada como un misterio: aquí la chicha está ofrecida, la bebida, la gracia regalada.

Junto con ello el manzano de enero extiende una primera sabana de hojas, en la cual zozobra su fruta cobriza, confundiéndose con ella hasta la disgregación. Y en la sintonía de ese lecho ya se anuncia el otoño, que parece parpadear cuando rondamos, porque un hálito de chicha ha surgido del verano para despertarlo.  

Y digo que la quinta es un descanso. Entramos allí a una estancia de aroma encendido, reavivado el hálito de chicha que atesoraron los antiguos; ¡qué mejor estuvieran sus huesos en esta vida que tanto quisieron!, soñando la sonora hojarasca de la tierra, los follajes, la fruta en los racimos, los pájaros y el cielo. A ver si de tanto rondar la tierra, si de tanto crepitar la brasa, a ver si de tanto crujir la hoja… aparecen.

(Visited 60 times, 1 visits today)