Nelson Leiva

Debe haber sido el año 1967 cuando me llevaron Felipe Martínez y Peto Urzúa a una sala de arte subterránea en la calle Agustinas o Matías Cousiño, por ahí… yo conocía el edificio, muy moderno, porque en un piso de los más altos vivían mi tío Jorge con la tía Cole y la Issi regresados de los Estados Unidos, mi tío era economista, fumaba en pipa y tomaba whisky que entonces llegaba muy poco a Chile, whisky on-the-rocks en unos vasos anchos y brillantes, y allí en el subterráneo estaba la galería Carmen Waugh al mando de la propia Carmen Waugh que era una mujer muy atractiva y admirable, nosotros éramos tres cachorros de primer y segundo año de la grandiosa e irrepetible Escuela de Bellas Artes del Parque Forestal.

Mis amigos me llevaban en ese paseo a ver la exposición ‘El Circo’, de Adolfo Couve y Nelson Leiva, que presentaban acuarelas junto a Sergio Larraín con sus fotos, el catálogo lo había diseñado Nelson y era maravilloso, apenas un cuadrado de papel couché delgado con las puntas dobladas hacia el centro haciendo una cara de payaso en blanco y negro, foto de Larraín, los datos se consignaban muy brevemente acotando que ‘no habrá inauguración’ y que ‘en todos los circos hay payasos’.

Amé esa expo, y esas acuarelas, esas fotos, fueron para mí la presencia no sabía si de Mattisse o de Picasso azul y rosa en la siempre castigada ciudad de Santiago, y juré en ese momento dejarlo todo y seguir a esos artistas.

Entretanto en nuestra nueva casa de la calle Los Grillos, que desafiaba al departamento histórico e ibañista o radical de mi niñez en la calle Valentín Letelier dejando atrás el mobiliario que había ido eligiendo intuitivamente mi padre, y dejando atrás también a mi padre que había sido el encargado de poner los cuadros, mi madre me encargó a mí el tema, a ver Juangui si compras de alguno de tus profes de Bellas Artes unos cuadros para poner en el living… así es que me fui a hablar con Nelson Leiva, yo iba a veces a sus clases de croquis que eran todos los días de 7 a 9 pm con modelo desnuda posando, con su cabellera al aire y su hablar de sonoridades a veces centroamericanas, Nelson era atractivo, moreno, expresivo, diferente y carismático, se vestía con camisas de lino… le dije que si le podía comprar algunas acuarelas, etc, él me encontró un audaz… un alumno que aparece con dinero fresco a comprar obra de sus profes, donde se ha visto, pero yo cumplía con sugerencias de mamá en orden a reemplazar por algo nuevo la sombra de mi padre…. Y así llegué a la casa de Antonio Bellet donde vivía Nelson con su mujer la Noelle y sus dos hijos, la Paula y el pequeño Diego, era una casa antigua de dos pisos, ajardinada y con una pileta, una casa que mantenía un aire casual o provenzal de otro tiempo.

Me hizo pasar Nelson al living o salón, muy grande, donde no había nada en todo el living, nada de mesita de centro ni mesa de comedor, ellos comían en la cocina que era muy amplia y vivían con los suegros, el suegro era francés, el Nono, bueno en ese living había un gran piano de cola, un pequeño sofá o canapé para sentarse, una sillita de la Vega y un autógrafo enmarcado de la Gabriela Mistral.

Nelson me mostró riendo una gran carpeta con las acuarelas de El Circo, maravillosas, y escogí finalmente una, estaba dudoso y él me dijo ya está, si me compraste una te llevas otra que es regalo mío, así es que llegué a la casa materna con dos acuarelas una en tonos azul radiante y negro sobre blanco, la segunda en colores cálidos. Fueron inmediatamente enmarcadas y colocadas en nuestro living.

Comenzó así una larga y luminosa relación con Nelson Leiva. Leiva y Couve desafiaban con sus renuncias a los maestros expresivos del arte comprometido del tipo Balmes, y en lugar de zarpazos de protesta mis nuevos ídolos hacían naturalezas muertas al modo Burchard o preferían a la Mistral por sobre Neruda, y yo como tierno y palpitante aprendiz de artista veinteañero empecé a ligarme a ellos más fuerte que la hiedra.

No voy a contar aquí los años y las aventuras y los aprendizajes que hice junto a Nelson… sólo decirles que fue una de las personas decisivas de mi vida. Así como mi padre Juan Tejeda me lo enseñó todo y fue mi maestro, Nelson Leiva volvió a enseñármelo todo y fue también mi maestro.

Nelson dejó de existir hace cuatro días el pasado 14 de julio en Emmendingen, cerca de Freiburg, Alemania, a los 87 años de edad. Yo lo llevo en mi corazón.

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